Ramoneando por el Parralejo
José Ramón Márquez
Siendo lunes y estando en la Feria, lo suyo es una novillada. Como es de esperar, nos encontramos con otra pobre entrada y todo el mundo en la andanada andamos enseñándonos los unos a los otros las entradas que llevamos en el bolsillo y que no hemos sido capaces de colocar a nadie, que no las quieren ni regaladas. Para esta primera novillada de la Feria nos empaquetan seis novillos de El Parralejo, rima fácil con pellejo, juampedreidad irrefutable a la que se llega trepando por un árbol genealógico que pintan minuciosamente en el programa de mano y que ya quisiera para sí el Duque de Alba, total para acabar en Jandilla y Fuente Ymbro -los de las cocinas que decíamos el otro día-. Bueno pues quien dice Parralejo dice Corporación Andaluza de Desarrollo e Inversiones, que suena a todo menos a campo, y que es la sociedad a quien pertenece la vacada, que es representada por don Rafael Molina, el mismo que acaba de vender la ganadería de Javier Molina, la de la estrella de la Mercedes, a los franceses.
Como es natural, hoy hubo un colorado y un castaño, porque en esta feria, si no salen colorados y castaños, parece que la cosa no cumple lo esperado, que llevamos diez entre castaños y colorados en cuatro corridas; y cuatro negros, de los que un par de ellos tenían bastante más plaza que los de ayer de la Ventanilla. Los novillos han salido a dar lo que tenían dentro, que era más bondad que mala leche, y a perseguir los diversos trapos que se les ponían por delante sin crear especiales dificultades a sus matadores. No digo yo que a toreros con tan febles argumentos como los que hoy se han anunciado en Madrid no les hubiese venido mejor un encierro con más mala leche, que hiciese al público ponerse decididamente de parte de los coletas, pero el hecho es que los Parralejo han ido y han venido y se han ido acoplando a lo que sus matadores les iban haciendo, sin protestar de manera ostensible y sin llamar la atención por su bravura ni por su mansedumbre. Diríamos que la Corporación Andaluza de Desarrollo e Inversiones ha traído a Madrid seis toros perfectamente socialdemócratas, adaptados de manera perfecta a los tiempos que corren.
Para dar fin de los Parralejo se anunciaron en el cartel los nombres de Gonzalo Caballero, Fernando Rey y Francisco José Espada, el segundo nuevo en esta Plaza.
Antes de entrar con los toreros haremos, como dicen los tertulianos esos de la radio y la TV, una cuestión previa sobre la novillería. No hace tanto hemos visto en Madrid a Roca Rey demostrando a las claras lo que es o lo que debería ser un novillero en una cita crucial para su vida profesional. A despecho de los fallos o aciertos que tuviese -no es éste el momento-, el peruano puso sobre la arena de miga de Las Ventas la firme decisión de quien quiere hacerse notar, dar un toque de atención y presentarse ante la cátedra con el corazón por delante. Lo que no es de recibo es que estemos viendo a novilleros que parecen toreros con largos años de alternativa, vestidos como príncipes hindúes, ahítos de torear en el campo, que vienen a despachar la corrida de Las Ventas como si fuese otro trámite más en su larga y dilatada biografía que ocupará varias páginas de los futuros Cossío. No es de recibo tanta ampulosidad en los planteamientos, tanto rito, tanta zarandaja vista a los que son algo, miméticamente imitada sin ton ni son. No se debe juzgar a los novilleros como lo que no son, matadores de toros, pero tampoco ellos deberían jugar a lo que no son. Cuando los toreros se hacían en la soledad de los topes de los vagones de ferrocarril, o de los polvorientos caminos de Castilla, sin tanto adulador al lado, era más difícil engañarles, pero en esta época nuestra hay tanta gente alrededor de estos chicos que les vuelven locos.
Gonzalo Caballero ha venido a Madrid a firmar su tarde menos interesante de tantas como le llevamos vistas. Con el adocenamiento por bandera, con la impostada relajación que algunos toman por gusto, sin dar el paso adelante, sin asumir el riesgo decisivo de ejecutar el toreo de verdad ,se ha dedicado a acompañar viajes aprovechando la bondad de su primero y a ver cómo se le iba la tarde en su también bondadoso segundo sin que consiguiese atraer la atención de nadie, recogiendo esa magra cosecha de aplausos mecánicos que siempre suenan se haga lo que se haga. Gonzalo Caballero tiene mimbres y, a estas alturas, oficio suficiente como para dejar en Madrid un sello mucho más personal en su actuación de lo que ha traído a Las Ventas hoy. Tener que recurrir, como hizo en su segundo, a los resortes más escenográficos -trompazo, cojera, entrar a matar sin muleta a topacarnero- para movilizar la emoción de las gentes y llevarse en esas condiciones una depauperada orejilla no parece el camino óptimo para alguien en quien algunos hemos querido atisbar ciertos modos clásicos y gusto por el torero de más envergadura. Dice el viejo refrán que “el toro de cinco y el torero de veinticinco”: Gonzalo Caballero debe tomar ya la alternativa, porque como novillero parece que ha entrado en proceso de involución.
De Fernando Rey no teníamos otra referencia que la cornada tremenda que le dio un novillo de Victoriano del Río (sí, también cogen) en Moralzarzal. Para su presentación en Madrid se ha traído un precioso vestido de color marfil con bordados en plata, una verdadera maravilla de aire antañón. No dijo nada. Unos redondos, si acaso, templados y de suerte descargada es una cosecha muy magra para el día de tu presentación. El buen público le acogió con cariño y alguno de los más famosos “ogros” del tendido 7 le brindaron sinceras palmas, más de apoyo y amistad que de reconocimiento a su labor, de la cual es realmente difícil escribir algo.
Y Francisco José Espada, fuenlabreño, fue un déjà vu de él mismo el año pasado. No creo que tenga queja de los dos novillos que le tocaron en su lote, ante los que presentó sus modos que en tanto recuerdan a su mentor César Jiménez y al autor intelectual de esa manera de mover a los toros, el inefable Julián López. Inanidad absoluta y toreo desprovisto del más leve asomo de interés serían las notas más características de la labor de Espada, al que se ve suelto y muy trabajado en el campo, con oficio y muchas horas dedicadas al asunto, pero sin alma.
Hoy, por tercera tarde en las cuatro que llevamos de Feria, ha vuelto a picar Bernal.
Como es natural, hoy hubo un colorado y un castaño, porque en esta feria, si no salen colorados y castaños, parece que la cosa no cumple lo esperado, que llevamos diez entre castaños y colorados en cuatro corridas; y cuatro negros, de los que un par de ellos tenían bastante más plaza que los de ayer de la Ventanilla. Los novillos han salido a dar lo que tenían dentro, que era más bondad que mala leche, y a perseguir los diversos trapos que se les ponían por delante sin crear especiales dificultades a sus matadores. No digo yo que a toreros con tan febles argumentos como los que hoy se han anunciado en Madrid no les hubiese venido mejor un encierro con más mala leche, que hiciese al público ponerse decididamente de parte de los coletas, pero el hecho es que los Parralejo han ido y han venido y se han ido acoplando a lo que sus matadores les iban haciendo, sin protestar de manera ostensible y sin llamar la atención por su bravura ni por su mansedumbre. Diríamos que la Corporación Andaluza de Desarrollo e Inversiones ha traído a Madrid seis toros perfectamente socialdemócratas, adaptados de manera perfecta a los tiempos que corren.
Para dar fin de los Parralejo se anunciaron en el cartel los nombres de Gonzalo Caballero, Fernando Rey y Francisco José Espada, el segundo nuevo en esta Plaza.
Antes de entrar con los toreros haremos, como dicen los tertulianos esos de la radio y la TV, una cuestión previa sobre la novillería. No hace tanto hemos visto en Madrid a Roca Rey demostrando a las claras lo que es o lo que debería ser un novillero en una cita crucial para su vida profesional. A despecho de los fallos o aciertos que tuviese -no es éste el momento-, el peruano puso sobre la arena de miga de Las Ventas la firme decisión de quien quiere hacerse notar, dar un toque de atención y presentarse ante la cátedra con el corazón por delante. Lo que no es de recibo es que estemos viendo a novilleros que parecen toreros con largos años de alternativa, vestidos como príncipes hindúes, ahítos de torear en el campo, que vienen a despachar la corrida de Las Ventas como si fuese otro trámite más en su larga y dilatada biografía que ocupará varias páginas de los futuros Cossío. No es de recibo tanta ampulosidad en los planteamientos, tanto rito, tanta zarandaja vista a los que son algo, miméticamente imitada sin ton ni son. No se debe juzgar a los novilleros como lo que no son, matadores de toros, pero tampoco ellos deberían jugar a lo que no son. Cuando los toreros se hacían en la soledad de los topes de los vagones de ferrocarril, o de los polvorientos caminos de Castilla, sin tanto adulador al lado, era más difícil engañarles, pero en esta época nuestra hay tanta gente alrededor de estos chicos que les vuelven locos.
Gonzalo Caballero ha venido a Madrid a firmar su tarde menos interesante de tantas como le llevamos vistas. Con el adocenamiento por bandera, con la impostada relajación que algunos toman por gusto, sin dar el paso adelante, sin asumir el riesgo decisivo de ejecutar el toreo de verdad ,se ha dedicado a acompañar viajes aprovechando la bondad de su primero y a ver cómo se le iba la tarde en su también bondadoso segundo sin que consiguiese atraer la atención de nadie, recogiendo esa magra cosecha de aplausos mecánicos que siempre suenan se haga lo que se haga. Gonzalo Caballero tiene mimbres y, a estas alturas, oficio suficiente como para dejar en Madrid un sello mucho más personal en su actuación de lo que ha traído a Las Ventas hoy. Tener que recurrir, como hizo en su segundo, a los resortes más escenográficos -trompazo, cojera, entrar a matar sin muleta a topacarnero- para movilizar la emoción de las gentes y llevarse en esas condiciones una depauperada orejilla no parece el camino óptimo para alguien en quien algunos hemos querido atisbar ciertos modos clásicos y gusto por el torero de más envergadura. Dice el viejo refrán que “el toro de cinco y el torero de veinticinco”: Gonzalo Caballero debe tomar ya la alternativa, porque como novillero parece que ha entrado en proceso de involución.
De Fernando Rey no teníamos otra referencia que la cornada tremenda que le dio un novillo de Victoriano del Río (sí, también cogen) en Moralzarzal. Para su presentación en Madrid se ha traído un precioso vestido de color marfil con bordados en plata, una verdadera maravilla de aire antañón. No dijo nada. Unos redondos, si acaso, templados y de suerte descargada es una cosecha muy magra para el día de tu presentación. El buen público le acogió con cariño y alguno de los más famosos “ogros” del tendido 7 le brindaron sinceras palmas, más de apoyo y amistad que de reconocimiento a su labor, de la cual es realmente difícil escribir algo.
Y Francisco José Espada, fuenlabreño, fue un déjà vu de él mismo el año pasado. No creo que tenga queja de los dos novillos que le tocaron en su lote, ante los que presentó sus modos que en tanto recuerdan a su mentor César Jiménez y al autor intelectual de esa manera de mover a los toros, el inefable Julián López. Inanidad absoluta y toreo desprovisto del más leve asomo de interés serían las notas más características de la labor de Espada, al que se ve suelto y muy trabajado en el campo, con oficio y muchas horas dedicadas al asunto, pero sin alma.
Hoy, por tercera tarde en las cuatro que llevamos de Feria, ha vuelto a picar Bernal.
La papela de Abeya
El programa
La lona
La solanera
La bola
La cal
El dedo de Abella
El paseíllo
El antiguo verde gay
El doctor
El sol
Florencio
Pie griego
Zuloaga
La verdad
La crítica
El Ebenezer Scrooge de la Triste Novillería Andante