Ortega Lara
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
La consigna oficial es la derrota de la Eta, pero Ortega Lara ha tenido que volver, no a la cárcel, como en la mofa de “Egin” (aunque todo podría andarse, según está la cosa), sino a la calle.
–¿A quién representa Ortega Lara? –preguntó en TV doña Elvira Rodríguez, presidenta del Mercado de Valores (o “valors”, que diría Xavi, el cerebro de España).
Ortega Lara, compañero de Instituto en Burgos, cabe en un ataúd pitagórico, 2,5 x 1,80 x 3, donde Bolinaga, el “olentzero” de Mondragón, lo tuvo encerrado durante 532 días, y la verdad es que ahora mismo debe de representar a cuatro gatos, porque la sociedad española es lanar: churra o merina, pero lanar.
En la calle Ortega Lara ha dicho algo que en el 71 ya dijeron los filósofos del positivismo lógico en una TV holandesa: a los políticos hay que juzgarlos por lo que hacen, no por lo que dicen.
–Lo saludable –decían aquellos caballeros– es no escuchar la retórica sobre la democracia, sino contemplar los hechos.
Ellos habían discutido más de trescientas definiciones diferentes de democracia a fin de refutar a los políticos que dicen que la democracia requiere esto y aquello: los británicos se retrotraían a ciertos autores griegos, y los soviéticos, a Platón y a Aristóteles.
Contra los hechos, paja.
Paja es toda esa literatura de la derrota etarra, la idea de la derrota como un fin, muy de Almafuerte, con gotas de Stevenson y T. E. Lawrence, como un gin-tonic de tonto del “cool” amenizado con bayas paulinas (dónde está, oh muerte, tu victoria, y tal y tal y tal) en recompensa a 532 días a golpe de 2,5 x 1,80 x 3.
–¿A quién representa Ortega Lara?
Caramba, con los españoles. Somos más que demócratas: somos cisnes de Samotracia, que, como la Victoria áptera (todos estos términos pueden los estudiantes del comité de huelga buscarlos en la Wikipedia), nos hemos dejado amputar las alas.
Y la Eta, a todo esto, sin entregar un solo cargador, siquiera de móvil.