José Ramón Márquez
Dice la reseña del «Sol y Sombra» para la segunda corrida del abono de Madrid en la temporada de 1897, firmada por el gran José Sánchez de Neira:
«…seis toros del inteligente ganadero don Esteban Hernández, que no dieron el juego que esperaba su dueño, puesto que a pesar de su buen trapío, de su poder y del esmero con que los cría, algunos fueron abantos, otros se huyeron y todos conservaron facultades hasta el final de su lidia. No les faltó sangre de casta, al tercero y al cuarto especialmente; pero suponemos que, a fin de alimentarlos el pasado invierno, en que tanto han escaseado los pastos, se les ha dado trigo y avena, y este pienso, muy bueno para robustecerlos, tiene el inconveniente de que se habitúe el ganado a ver gentes a su lado, en más número y mayor frecuencia de lo que conviene al toro bravo…»
Conservamos la fotografía del primer toro de aquella tarde en el momento en que Guerrita se perfila para entrar a matar. Sirve la lámina de ese toro para comprobar cómo se suelen seguir los tópicos acuñados en el pasado de forma acrítica. Según la machacona repetición de lo mismo a que habitualmente estamos sometidos -no sólo en esto de los toros, por cierto-, se sigue de forma muy constante la animadversión a Guerrita de F. Bleu y, en general, del lagartijismo, perpetuándose hasta nuestros días las reiteraciones sobre la preferencia del II Califa por los toros andaluces, como si el propio Pedro Romero no hubiese manifestado ya en su día esa predilección, y sobre el achicamiento de los oponentes que, si no me falla la memoria, empiezan ya en esas épocas a ser tildados de cucarachas, iniciándose entonces un imposible proceso de miniatuirización que llegará hasta nuestros días.
A cambio ahí tenemos al gran Guerrita, torero largo y sin posible rival, acusado de frialdad por los que fueron incapaces de rendirse a su solvencia técnica y a su arte, perfilado ante un imponente toro jarameño, bien armado y perfectamente sometido, un toro que está «pidiendo la muerte», al que va a matar de una estocada en buen sitio echándose afuera y otra contraria hasta el puño a más distancia y sin liar, de la que saldrá acosado por el toro.
La clave verdadera del asunto está en las palabras del inteligente Neira, cuando dice que el inconveniente es que los toros se acostumbren a ver gentes a su lado. En nuestros días los toros son como otro animal doméstico más, todo el día rodeados de gente, venga a hacerles cosas: crotales, saneamientos, inyecciones, análisis, extracción de semen, revisión de próstata, TAC, complejos vitamínicos, fundas, ácido hialurónico, manicura… Tal es así que muchos de ellos cuando salen a la plaza se creen que simplemente ahí van a hacerles otro tratamiento, y es por eso que se quedan pasmados ante el peto y por lo que algunos hasta se desmayan a la salida de la jurisdicción jumentil.
Cualquier bóvido de nuestros días, pongamos sin ir más lejos al miserable del cuvillejo Arrojado que indultó Manzanares en Sevilla, le sacaría por lo menos tres o cuatro arrobas al toro de Guerrita, pero bien sabemos que al deleznable Arrojado nunca se le ocurriría, con un estoque hasta la gamuza dentro de su cuerpo, salir corriendo detrás del que le hirió para tratar de acabar con él, que es el caso que nos ocupa, pues de no ser por el oportuno capote de Juan Molina, el toro a poco y se come vivo al mismísimo Guerrita.
Tratar de traer aquellos antiguos toreros al día de hoy, tratar de extrapolar las censuras de aquella época a nuestros días resulta algo tan ridículo y tan falso como dar crédito a esas series de TV en que españoles de los años cuarenta se besan en las calles a plena luz del día; que en aquellas calles no había tal y que, según qué besos, hasta los cortaban en las películas. Pues con los toros pasa lo mismo, porque posiblemente no haya en nuestros días un solo torero de los veinte primeros del escalafón capaz de estar dignamente frente a aquel toro de don Esteban Hernández que hizo correr a Guerrita, y eso que dicen que «hoy se torea mejor que nunca».
Por eso es que ponerse a imaginar qué habrían podido hacer July o Manzanares con el jarameño, con esa pinta, con esos pitones, con esas intenciones, o Guerrita con la birria de Arrojado, es algo que pertenece a la misma categoría que lo de creer que en los bosques, dentro de unas setas, habitan los gnomos.
«…seis toros del inteligente ganadero don Esteban Hernández, que no dieron el juego que esperaba su dueño, puesto que a pesar de su buen trapío, de su poder y del esmero con que los cría, algunos fueron abantos, otros se huyeron y todos conservaron facultades hasta el final de su lidia. No les faltó sangre de casta, al tercero y al cuarto especialmente; pero suponemos que, a fin de alimentarlos el pasado invierno, en que tanto han escaseado los pastos, se les ha dado trigo y avena, y este pienso, muy bueno para robustecerlos, tiene el inconveniente de que se habitúe el ganado a ver gentes a su lado, en más número y mayor frecuencia de lo que conviene al toro bravo…»
Conservamos la fotografía del primer toro de aquella tarde en el momento en que Guerrita se perfila para entrar a matar. Sirve la lámina de ese toro para comprobar cómo se suelen seguir los tópicos acuñados en el pasado de forma acrítica. Según la machacona repetición de lo mismo a que habitualmente estamos sometidos -no sólo en esto de los toros, por cierto-, se sigue de forma muy constante la animadversión a Guerrita de F. Bleu y, en general, del lagartijismo, perpetuándose hasta nuestros días las reiteraciones sobre la preferencia del II Califa por los toros andaluces, como si el propio Pedro Romero no hubiese manifestado ya en su día esa predilección, y sobre el achicamiento de los oponentes que, si no me falla la memoria, empiezan ya en esas épocas a ser tildados de cucarachas, iniciándose entonces un imposible proceso de miniatuirización que llegará hasta nuestros días.
A cambio ahí tenemos al gran Guerrita, torero largo y sin posible rival, acusado de frialdad por los que fueron incapaces de rendirse a su solvencia técnica y a su arte, perfilado ante un imponente toro jarameño, bien armado y perfectamente sometido, un toro que está «pidiendo la muerte», al que va a matar de una estocada en buen sitio echándose afuera y otra contraria hasta el puño a más distancia y sin liar, de la que saldrá acosado por el toro.
La clave verdadera del asunto está en las palabras del inteligente Neira, cuando dice que el inconveniente es que los toros se acostumbren a ver gentes a su lado. En nuestros días los toros son como otro animal doméstico más, todo el día rodeados de gente, venga a hacerles cosas: crotales, saneamientos, inyecciones, análisis, extracción de semen, revisión de próstata, TAC, complejos vitamínicos, fundas, ácido hialurónico, manicura… Tal es así que muchos de ellos cuando salen a la plaza se creen que simplemente ahí van a hacerles otro tratamiento, y es por eso que se quedan pasmados ante el peto y por lo que algunos hasta se desmayan a la salida de la jurisdicción jumentil.
Cualquier bóvido de nuestros días, pongamos sin ir más lejos al miserable del cuvillejo Arrojado que indultó Manzanares en Sevilla, le sacaría por lo menos tres o cuatro arrobas al toro de Guerrita, pero bien sabemos que al deleznable Arrojado nunca se le ocurriría, con un estoque hasta la gamuza dentro de su cuerpo, salir corriendo detrás del que le hirió para tratar de acabar con él, que es el caso que nos ocupa, pues de no ser por el oportuno capote de Juan Molina, el toro a poco y se come vivo al mismísimo Guerrita.
Tratar de traer aquellos antiguos toreros al día de hoy, tratar de extrapolar las censuras de aquella época a nuestros días resulta algo tan ridículo y tan falso como dar crédito a esas series de TV en que españoles de los años cuarenta se besan en las calles a plena luz del día; que en aquellas calles no había tal y que, según qué besos, hasta los cortaban en las películas. Pues con los toros pasa lo mismo, porque posiblemente no haya en nuestros días un solo torero de los veinte primeros del escalafón capaz de estar dignamente frente a aquel toro de don Esteban Hernández que hizo correr a Guerrita, y eso que dicen que «hoy se torea mejor que nunca».
Por eso es que ponerse a imaginar qué habrían podido hacer July o Manzanares con el jarameño, con esa pinta, con esos pitones, con esas intenciones, o Guerrita con la birria de Arrojado, es algo que pertenece a la misma categoría que lo de creer que en los bosques, dentro de unas setas, habitan los gnomos.