Chinchón
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Brotes verdes en el Bernabéu y Cristiano pidiendo perdón al público… por el aburrimiento.
Que esta Liga no hay quien la aguante lo dice Simeone, y eso que él juega con Diego Costa, que es el chile de todas las enchiladas, razón por la cual Del Bosque lo persigue para su Combinado Autonómico como De Cuenca persiguió para su equipo olímpico de Sidney a Johann Mühlegg, Juanito.
Porque lo contrario del aburrimiento no es el placer, como creen los piperos, sino la excitación, y por eso fue grande Mourinho, al que Casillas quiere invitar ahora a una Coca-Cola, situación que sería un calco del famoso cuento de Churchill (hay quien lo atribuye a Bernard Shaw):
–Si yo fuera su esposa, le pondría veneno en el café –le dijo una vieja cotorra.
–Si usted fuera mi esposa –contestó él–, me tomaría muy a gusto ese café.
Los viejos progretas que ronean al Madrid tacharon de “fascismo” el “autoritarismo” de Mourinho, y la penúltima salida de pata de banco de Guardiola (“soy muy amigo de los jugadores… si obedecen lo que digo”) los ha pillado con el paso tan cambiado como a Alberti la noticia de que Stalin tenía un pacto con Hitler.
Mi ensayista dice que el aburrimiento consiste esencialmente en el contraste entre las circunstancias actuales y otras más agradables, que fuerzan irresistiblemente nuestra imaginación.
El sábado, a la hora de la siesta, muchos vieron brotes verdes en el Bernabéu, pero a mí, no sé si por la hora, la imaginación se me iba… a la oreja del sillón, mientras el piperío entonaba los nuevos himnos de la canteranidad (viva Morata, que es de mi barrio, viva Carvajal, que es de mi pueblo, y así), que es para lo que da el nacionalismo madrileño.
–Da gusto ver bascular a Míchel Salgado –le oí decir una vez, en la época de Luxemburgo, al político Diego López Garrido.
Ahora dicen que da gusto ver bascular a Carvajal, aunque a mí no me recuerda, atacando, ni a Maicon ni a Cafú, y en defensa me parece igual que Arbeloa en ataque, a la espera de contrastar estas impresiones contra la Juve y el Barça, que son los territorios naturales del Madrid, cuyo público enloqueció el sábado con un par de carreras hacia atrás de Morata a la misma hora que Ibra y Cavani firmaban en París dos goles de Tiffany.
Y llegó, absurdo como un zapato impar, la petición de perdón de Cristiano, que es lo que le faltaba al piperío para sentirse como el extinto tendido “7” de Las Ventas, al que Padilla, por cierto, jamás pidió perdón.
Poéticamente, el perdón es condenable por cobardía (Blake) o por soberbia (Almafuerte), y no me cuadra esa pulsión “cristiana” de adulación servil a la masa, como un Echanove cualquiera.
Corrochano nos enseñó que en los toros es modesto el que no puede ser otra cosa, y a mí me gusta más un Cristiano chulo y Luis Miguel que en el Campo Nuevo levante el índice y se autoproclame Número Uno.
Cuando Foxá vio que en la biografía de un importante político yanqui sólo se alababa su humildad y se exaltaban sus apuros económicos, exclamó:
–¡Qué hubiera pensado Plutarco!
BALE Y EL DRÓGULUS
La literatura del “Marca” sobre la hernia de Bale desató un debate sobre el positivismo lógico cuyo padre, Alfred J. Ayer, hincha del Tottenham, resumió en 1949 así: “Suponga que digo ‘Hay un drógulus (léase hoy “hernia”) allí’, y usted dice ‘¿Qué?’, y yo replico ‘drógulus’, y usted pregunta ‘¿Qué es un drógulus?’. Bueno, digo yo, no puedo describir lo que es un drógulus porque no es la clase de cosa que usted pueda ver o tocar, no tiene efectos físicos de ninguna clase, sino que es un ser incorpóreo. Y usted dice ‘Bien, ¿cómo puedo decir si está allí o no?’ y le contesto ‘No hay forma de decirlo. Hay un drógulus justo detrás de usted, espiritualmente detrás de usted’ ¿Tiene eso sentido?”
La literatura del “Marca” sobre la hernia de Bale desató un debate sobre el positivismo lógico cuyo padre, Alfred J. Ayer, hincha del Tottenham, resumió en 1949 así: “Suponga que digo ‘Hay un drógulus (léase hoy “hernia”) allí’, y usted dice ‘¿Qué?’, y yo replico ‘drógulus’, y usted pregunta ‘¿Qué es un drógulus?’. Bueno, digo yo, no puedo describir lo que es un drógulus porque no es la clase de cosa que usted pueda ver o tocar, no tiene efectos físicos de ninguna clase, sino que es un ser incorpóreo. Y usted dice ‘Bien, ¿cómo puedo decir si está allí o no?’ y le contesto ‘No hay forma de decirlo. Hay un drógulus justo detrás de usted, espiritualmente detrás de usted’ ¿Tiene eso sentido?”