domingo, 20 de octubre de 2024

Hughes. Celta, 1-Real Madrid, 2. Cómo colocar los muebles del salón


@realmadrid

Hughes

Pura Golosina Depòrtiva

 

Ancelotti hizo contra el Celta una declaración: reconoció un problema de concepto. Aún no sabe cómo ha de jugar el Madrid, cómo juntar los elementos y por eso probó con una defensa de tres o de cinco, según se mire, un 3-4-2-1 con Tchouameni de central central, valga la redundancia. Al verla sobre el campo lo primero que pensó todo el mundo fue que era un sistema condenado pasase lo que pasase, precisamente porque ni siquiera hay tres centrales, solo dos más uno, Tchouameni, al que aceptamos como "animal de compañía", y nada más en el banquillo.


La idea era una genialidad. Jugar con tres centrales cuando apenas los tienes sería una cosa digna de Cruyff, pero sobre todo era una declaración, era el resultado de haberse pasado muchos días pensando. Las pizarras de Valdebebas han echado humo. Aún hay tiza entre los dedos ya un poco sarmentosos de nuestro querido Carletto...


Pero ¿no era eso lo que le pedíamos? Que se calentase la cabeza, que pensase, que probara cosas... Además el 3-4-3 es una tarea pendiente para el Madrid, que ha pasado esta última década en que estuvo de moda sin probarlo, épocas en las que tuvo abundancia de centrales y los mejores laterales del mundo... Entonces no lo hizo. El sistema es querido por muchos porque, en cierto modo, ganó una Copa de Europa, la Octava, cuando Del Bosque recurrió al "módulo", vedado entonces por la crítica, como forma de resetear un auténtico desastre.


Y algo así tuvo que pensar Ancelotti, lo que pasa es que en ese Madrid coincidían Hierro, Helguera, Karanka, Iván Campo, Sanchís, con Salgado y Roberto Carlos de laterales; ahora los tres centrales no tienen repuesto, así que verlo en el campo daba esa sensación estival de "no te enamores, Compostelana".


El balance en el primer tiempo fue desigual. Tampoco es justo sacar conclusiones de ese sistema culturalmente maltratado por la improvisada cosa que nos enseñó Ancelotti. Se veía que todo estaba cogido con alfileres. Una sensación habitual llevada al extremo. Había desajustes, huecos clamorosos, lapsus y colapsus, y los futbolistas gesticulaban con la mímica del desconcierto.


El sistema era en sí mismo una confesión porque separaba al tridente. Mbappé, con Vinicius a la izquierda, más centrado, y Bellingham a la derecha, demasiado a la derecha. Los separaba conceptualmente del resto, como objeto de distinta atención, harina de otro costal.


El sistema ponía en el centro a Tchouameni, dentro de una caja que le fabricaban dos centrales y los dos pivotes. Era como un cuadro valioso cambiando de museo. Era el centro de todo y estaba mejor, imponía su ley de tacklings, su gran presencia física y oscilaba por delante y detrás de los centrales. El equipo fluctuaba con eso entre la defensa de cuatro y la de cinco, que era también una forma de modificar y aclarar la salida porque, con los laterales muy arriba, los centrales se abrían y el resultado era como una ampliación de cauce de salida del juego, una reconsideración de las amplitudes. Ancelotti estaba planteando una obra de ingeniería fluvial.


Eso era algo digno de explorar. Tchouameni pareció, cuando no estaba desconcertado, más cerca de su potencial y había, por momentos, una mayor compactación que juntaba al equipo y hacía posible momentos fugaces de presión alta. Así llegó el 0-1, cuando de ella derivó el robo de Camavinga y el golazo de Mbappe, un tiro de una elegancia distinta tan preciso y tan combado que tocó la red, no la de fondo sino la lateral. Su cuerpo se dobla de otra forma al chutar. Es un crack porque es distinto.


Eso pudo ser lo prometedor del sistema (sistema condenado), lo malo fue que no estaba coordinado, que separaba claramente al tridente, que los laterales no terminaron de estar, y que los lapsus defensivos eran muy grandes. El partido lo ganó el Madrid por Courtois, que hizo dos o tres milagros mano a mano.


¿Cuántos de esos problemas defensivos son subsanables con algo de trabajo?


Pude que nunca lo lleguemos a saber. Había además una alternancia de sistemas demasiado sofisticada. Hubo un momento, por ejemplo, en el que Tchouameni se colocó de lateral derecho. En una hora jugó en tres posiciones.


El empate del Celta en la segunda parte obligó a Ancelotti al cambio y entonces volvió a confesar, a cantar la Traviata: sólo tiene a Modric, su plan es Modric.


Lo sacó cuando creemos que hay que sacarlo, en la media hora final, y él arregló el partido con un pase vidente a Vinicius, que definió con esa seguridad a la que, pese a todo, no nos terminamos de acostumbrar.


Modric obligó a reformular el catastro(fe). Un 4-2-3-1 que generó inmediatamente una sensación de tranquilidad. De saber dónde están las cosas. De despertarse a oscuras y saber dónde está la mesita, dónde la puerta... Ese sistema centraba en la mediapunta a Bellingham, ahora el Guernica era él, el protegido por una caja era él (los dos pivotes, los dos delanteros) y apareció más.


Bellingham se desgañita. Literalmente, como cuando a puerta vacía lamentó que Vinicius no le pasara la pelota, y corriendo, se desgañita corriendo. Parece un caballo exhausto que se quiere ganar el tiro de gracia galopando. Lo peor es que parece un árbitro, corre en una diagonal al Madrid, cerca pero siempre lejos, acompañando de una manera imposible, incomunicada, la jugada, como si los separara un cristal. Bellingham juega en un plano paralelo al Madrid, nunca o muy pocas veces se encuentran. Y ese es el gran reproche que cabe hacerle a Ancelotti. El Madrid no sabe a qué jugar porque, para empezar, no sabe qué hacer con Bellingham, que de mayor quiere serlo todo pero no encuentra quien le enseñe por dónde empezar.


Lo de Bellingham es dramático. Lo del Madrid es melodramático porque tiene, sin discusión, a cuatro de los diez mejores jugadores del mundo, el tridente y Courtois, pero no sabe bien dónde apoyarse porque el equipo es una irregular distribución de lujos y alguna insuficiencia.


El Madrid no sabe cómo colocar los muebles del salón y ya ha orientado el sofá en todas las direcciones. Sospechamos que Ancelotti sospecha que no habrá solución cómoda…


Mucha gente a la que le toca la lotería acaba mal. La crisis conceptual de Ancelotti es la de no saber bien cómo gestionar lo que Florentino le ha regalado. Ese regalo despótico de El Modelo. “Tengo siete abrigos de pieles, pero a veces una chica sólo quiere una tostadora y alguien que la escuche”. Él, Ancelotti, que tantas veces lo consiguió. Ancelotti sabe que el millonario italiano toma forma de cavaliere, el ruso de oligarca, el árabe de emir y el español de Ser Superior que repite siempre el mismo traje.


Algo tiene la defensa de tres que volvió a acabar con ella. Y no eran tres, eran cuatro, cinco, seis, con Rodrygo de lateral del lateral, contrachapando el sitio, como muchas noches ya... El Madrid huye del caos cambiando de sistema. Ancelotti no sabe bien qué hacer y así ya lleva 42 partidos sin perder en Liga.



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