viernes, 18 de octubre de 2024

El señor Cubí


Don Mariano Cubí y Soler


Ignacio Ruiz Quintano

Abc


En la grande polvareda del Muro de Berlín, perdimos a don Beltrane, que era la derecha búmer, la que se las echaba de haber ganado la guerra.


¿Por qué –pregunta el autor de “Ateísmo estético, arte del siglo XX”– la estética bolchevique de Malevich, Kandinsky y Klee, en lugar de ir al ostracismo, donde reposa empolvada la obra marxista, se ha convertido en paradigma del arte imperante en el capitalismo, siendo Marx muy superior, en el terreno de las ciencias sociales, a la de esos pintores en el mundo del arte?


Un místico de la geometría infantil, Malevich, creyó dar la última palabra a la pintura con su “Cuadrado negro” de 1913, pero cuatro años más tarde descubrió que la pintura definitiva sería un “Cuadrado blanco sobre fondo blanco”, hazaña consumada en 1917, y guardada en el Museo de Arte Moderno de Nueva York, hoy capital mundial del wokismo, ese comunismo pijo que se receta a los pobres.


Yo no he inventado nada –explicó Malevich–. Sólo he sentido la noche dentro de mí y he percibido el nuevo tema, que llamo suprematismo, una construcción de formas a partir de la nada.


Lo que el suprematismo al arte, es el wokismo a la política occidental, que asiste en sardana a la apoteosis de la “patocracia” (cuando una minoría de psicópatas gobierna a una mayoría de personas normales), concepto teorizado por el psiquiatra y sociólogo polaco Andrzej Lobaczewski, que partió del estudio del nazismo y el comunismo para crear una disciplina, la ponerología, el mal aplicado a la política.


En este escenario, la derecha búmer, pepera con pies de Hermes (“aladitos” para no hacer ruido), que es Borja Sémper, se quedó en las ideas que don Mariano Cubí, el frenólogo catalán, ídolo de Pla, expuso “negro sobre blanco”, como un Malevich de La Maresma, en su “Al pueblo español, sobre las causas que hacen el comunismo imposible y el progreso inevitable”, editado en 1851.


Para el señor Cubí, el comunismo (“y todas las doctrinas que sientan en sus obras Owen, Fourier, Cabet, Proudhon y otros proyectistas célebres”) va contra la ley natural, y “oponerse a ella es tirar coces contra el aguijón”.


No hay raza alguna de hombres en que se desconozca el sentimiento de propiedad individual; en que un individuo no sienta el deseo de llamar “mío” a algún objeto, suponiendo este “mío” la existencia de lo “tuyo”.


Ni raza de hombres… ¡ni raza de brutos! “¿No defiende el perro el hueso que le echan? ¿No vuelve la cigüeña a la misma torre, la golondrina al mismo techo, después de una larga ausencia? Si un ave hace la tentativa de tomar posesión del nido de otra, ¿no lo defiende ésta a todo trance? El argumento de la Gazza-Ladra está fundado en un abuso de ese sentimiento que posee la urraca”.


Necesidad de pan y tendencias al exceso de población: he aquí el principio y contraprincipio naturales para perpetuar el mejoramiento humano.


No sabemos qué hubiera votado el señor Cubí sobre soltar a Txapote.


[Viernes, 11 de Octubre]