Hughes
Abc
Estos días he podido sortear el final de Juego de Tronos, pero no los artículos sobre Umbral. Los diez años de su deceso. Qué palabra es deceso. Cuando vine a vivir a Madrid a escribir en un periódico me dijo un veterano:
-A Madrid no se viene a follar.
Desde luego, ni a follar ni a escribir. Pero por unos días fui autoconsciente del hecho de “venir a Madrid”, de un modo cómico. En eso tuvo algo que ver Umbral. Me busqué un piso no muy lejos del periódico y dejé mis libros en Cádiz, donde vivía antes. El piso apenas tenía muebles, era triste, pero sin ningún sentido lírico, sin concesiones. La mezquindad de los dueños de pisos de alquiler es digna de “estudio” (y nunca mejor dicho).
Cerca de casa no había mucho entretenimiento. Sólo una librería de viejo que además me cogía camino al supermercado. Así que muchas veces acababa allí, mirando, o más bien miroteando.
Esa librería tenía algunas particularidades, y una de ellas era la abundancia de libros de Umbral, todos baratísimos.
Yo ya habia leído a Foxá, o como diría Umbral, “uno ya había leído a Foxá”, pero aunque hubiera querido releerlo, sus libros eran caros. Todo lo interesante lo era, salvo novelitas gastadas, ensayos de tema peregrino y… Umbral, colecciones de artículos, sobre todo. Así que fui llenando la estantería con libros de Umbral. “Uno ya había leído cosas de Umbral” también. “Mortal y Rosa” me pareció un libro decepcionante, diría que atroz. Los artículos me gustaban más cuando hablaba de gente del corazón, cuando retrataba a un Jaime Ostos, por ejemplo. Me gustaba mucho lo de “la derechona”. Qué generoso era. Ahora se ha quedado en derechocha.
Las ideas de Umbral me parecían confusas. Es el tipo de hombre que resume a Heidegger en el “ser de lejanías”, y con eso se queda. Y venga ser de lejanías, y venga ser de cercanías. Supongo que no eran ideas sino otra cosa. Era un citador compulsivo. El caso es que casi sin premeditación llené mi piso con libros de Umbral. Joder, qué parodia, pensaba. Eran gangas que no podía dejar pasar. Las compraba para coleccionar, luego los cogía con cierta ilusión pero no me duraban más de media hora. Era imposible para mí leerlo más. Físicamente. Más que la literatura, lo de Umbral me parecía una monstruosidad de periodismo: de actualidad, de esclavitud cotidiana. Era la Actualidad más que la Literatura.
La Actualidad es terrible. Es como una Godzilla kafkiana de obsesidad mórbida. Umbral luchaba con ella. Esos libros de saldo los leía (los intentaba leer) en ese momento crucial y verdaderamente triste de apagarse un autor. Estaban envejeciendo en esos mismos días. Se desgajaban de lo presente hacia la Nada en el sidecar de la posteridad. Esos días me recuerdan a Umbral. Yo en Madrid, se suponía que para escribir, y rodeado de repente de libros suyos, libros ganga. Ya estaba prevenido del umbralismo: prometo que no los compraba para imitarlo. Pero leía un artículo cargado de sonoridad egocéntrica y pseudopolítica y luego bajaba a comprar yogures y veía que en mi vida nada era umbraliano. Debía de haber “umbralidad”, pero no la había. Me decía “para mis adentros”: se supone que ahora soy periodista y estoy en Madrid… ¡algo tendré que hacer! Pero era como estar en Palamós.
Estaba la cuestión del soniquete. Es como en el concurso ese, Pasapalabra. Le dan una melodía al concursante, se la quitan y tiene que seguir cantando. A mí me pasaba eso. Cogía el libro, leía unas páginas, dos o tres, se me dormían las piernas y lo dejaba. Pero se me quedaba en la cabeza el tariroriro, tarirorá de Umbral, y no sabía lo que hacer. ¿Es esto? ¿Pude ser esto? ¿Qué hago? ¿”Sonas gachises protestan el offside lato del linier bajito”? Era una declamación triste que se apoderaba de mí.
La banda sonora esos días era la de Anillos de Oro, pero en confuso. Libertad, Libertad, sin ira Libertad. Era anacrónico y superior a mí. ¡Un Baudelaire de la Transición! ¡Un Homero de Ónegas! Para salir del bucle piriodismo-umbral a veces iba a La Posada de las Ánimas. Umbral aparecía como un debe-ser impracticable. Sólo pensarlo me daba mucho pudor, pudor de mí mismo, como una práctica sexual prohibida (“práctica sexual prohibida”. No puedo ser más antiguo)
Actualmente, el umbralismo más que un estilo me parece una estructura. El prestigio de Umbral se amplifica en El Mundo y se administra convenientemente. Estos días me asombra no haber leído nada sobre aquel artículo que le dedicó Pérez Reverte y que transcribo en su párrafo final:
“La cita no es casual, porque, además de ser un periodista que nunca dio una noticia, de que en sus novelas y columnas no haya una sola idea, y de alardear de una cultura que no tiene, lo que trufa toda la obra de Umbral, desde el principio, es su bajeza moral. La «infame avilantez» que, ya metidos en citas, le atribuyó la poetisa Blanca Andreu. Siempre estuvo dispuesto a despreciar a novelistas ancianos o fallecidos como Gironella, Aldecoa, o el Cela a cuya sombra en vida tanto medró -y a quien dedicó, caliente el cadáver, un librito oportunista e infame, escrito, eso sí, con estilo sublime-, o a insultar y señalar con el dedo a antiguas amantes y a mujeres que le negaron sus favores; aunque esto lo hace sólo cuando no pueden defenderse y sus maridos están muertos o en la cárcel. Tan miserable hábito no lo mencionaría aquí de limitarse a lo privado; pero es que Umbral tiene la bajunería de salpicar con él su literatura. Su bello estilo. A todo eso añade una proverbial cobardía física, que siempre le impidió sostener con hechos lo que desliza desde el cobijo de la tecla. Pero al detalle iremos otro día. Cuando me responda, si tiene huevos. A ver si esta vez no tarda otros cinco años. El maestro”.
La actualidad de “la cosa columnística” me parece la aplicación del método dialéctico sobre esto.
Tesis: Umbral.
Antítesis: Pérez Reverte.
Síntesis: lo que hay ahora.
Vivimos en la síntesis umbraliano-revertiana. Asunto fascinante para las memorias que me autoeditaré.