Lee
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Lo bueno del verano es que desde Estepona, y a propósito de una nota sobre Biarritz (que escribí en Lastres), Aguinaga, que es Decano de los Cronistas de la Villa, me hace la corrección de que el genio de “Madrid, en agosto y con dinero, Baden-Baden” no fue Valdavia (eso se dice en algunos libros), sino Silvela, y cuando me disponía a derribar la estatua de Valdavia, añade:
–Valdavia decía (se lo oí): “Madrid en agosto es ideal. Lo malo es que refresca por la noche.”
Y, periodísticamente, así hemos salvado el Puente de Agosto.
Desde que media España veranea en Escocia, el lago Ness se pone de gente como Hong Kong en fiestas, el monstruo se retrae y los medios han de pescar en otra parte. Este año han hallado su serpiente veraniega en la bandera nazi de Charlottesville, lo que ha permitido a la intelectualidad desarrollar en meyba sus filosofías de la Historia. Esa bandera era todo lo que necesitaban para cerrar el círculo del gran relato “Trump es Hitler”. En España, hasta el Filósofo Máximo de la Nación llevó a la plaza del mercado una cioranada de las suyas según la cual Trump… es abstemio.
–¡Como Hitler!
En el entretanto, los limosneros de Soros declaran la guerra al Sur, que es una guerra en efigie, a base de tumbar estatuas.
–Washington tuvo un esclavo –les dice Trump–. ¿Vamos a derribar las estatuas de Washington?
La verdad es que, entre los padres fundadores, el único antiesclavista fue Hamilton, mientras Jefferson, el amigo del pepero Lassalle, llenaba de mulatos (que no reconocía) a Sally Hernings, con quien vivía en concubinato. Pero, claro, si de lo que se trata es de dar por el saco, ¿quién es Washington al lado de Soros, que ni siquiera tiene asistenta?
No me gustaría estar en la tumba de Lee, el general al que los progres querrán privar, como en 1865, de la nacionalidad norteamericana, que le fue devuelta por la amnistía de 1975 con la firma de Ford, el presidente que no sabía caminar y mascar chicle al mismo tiempo.