Terenci Moix
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
La respuesta de Rivera al “atropello” en las Ramblas barcelonesas fue abrazarse a un egipcio, como un loquillo Terenci Moix jugando a casto José en el “¡Ay, ba!” de “La corte de Faraón”.
El egipcio de Rivera en el Nilo sería Girauta, que al contraluz puede pasar por Cagancho, pero siempre le queda a uno la intriga de Ruano, que dice que en todo lo que rodeaba al doctor Barraquer había “la obsesión de lo egipcio”.
La obsesión egipcia de Rivera viene del discurso de Obama en El Cairo, un folio de majaderías como la de la lucha titánica del califato de Córdoba con la Inquisición española, separados (es un detalle) por cuatro siglos. Más la leyenda urbana de las Tres Culturas: “Adelante, Señor Mohamed”. “De ninguna manera, hermano Ariel: primero, Don Alonso”… La “integración”, que diría María Soraya. El muerto al hoyo, y el vivo, a la integración.
Como castrista (de Américo), María Soraya no ha leído en don Claudio Sánchez-Albornoz lo de la hermana de Bermudo II, camino de Córdoba para integrarse en el harén de Almanzor:
–Los pueblos deben poner su confianza en las lanzas de sus soldados más que en el c… de sus mujeres.
Y como abogada del Estado, María Soraya tampoco ha leído a Gerhard Leibholz, ideólogo de este Estado de Partidos del que ella vive cantando, vive soñando, como Salomé en Eurovisión.
Ser en sí y ser en otro.
Leibholz sostiene algo que, de entenderlo, ocasionaría desmayos en los tábanos de Bannon: con su sistema proporcional, el Estado de Partidos supone la integración (¡aquí está!) de las masas ciudadanas del partido en el Estado (¡sueño de Mussolini… “et alli”!), sustituyendo el principio de representación (ser en otro) por el principio de identidad (ser en sí).
Tapar a Santiago Matamoros (“Santiago bajó a la batalla de Clavijo sobre un caballo blanco, y no hay que transigir ni con que fuera tordo el caballo”, pedía el pobre Maeztu) y escribir “dios” con minúscula a lo Cebrián (y demás Fray Gerundios) es otra cosa.