sábado, 27 de agosto de 2016

Socioliberales


Ignacio Ruiz Quintano
Abc

    He tenido que venir al mar (los dos órdenes espaciales en derecho internacional son el de la tierra y el del mar) para conocer en persona (y de madrugada, en la lunática paciencia del chipirón), a un votante de Ciudadanos.

    –Soy socioliberal –me dice, en lo que ensarta una lombriz en el anzuelo.

    Para mí, un “ciudadano” era uno de esos señores que van en vaqueros bertholdbrechtianos a firmar en Madrid con los peperos un gobierno de Tratado de Tordesillas (el testamento de Adán, llamaron los antiguos a aquella repartija), pecho hinchado (pecho de palomo), como marquesas de Serafín, y cara de “¡Ya era hora!”, que fue lo que dijo Suárez, su modelo político (no hay que leer mucho), cuando el Rey le comunicó que era el elegido. De hecho, como espectador de la vida del país, me corre prisa el pacto entre la derecha paciente de Rajoy y la derecha impaciente de Rivera sólo por ver de una vez la cara de ministro de Villegas, nuevo hombre fuerte de España, mezcla de padre Olmedo, el mercedario de Hernán Cortés, y cura gallego con curato, que sería cartera.

    Si el socialdemócrata viene a ser aquél que ni es socialista ni es demócrata, el socioliberal sería ya ése que, no siendo ni socialista ni liberal, entre los reaccionarios pasa por progresista y entre los progresistas por reaccionario, pero todos, reaccionarios y progresistas, socialistas y liberales, aparecen sentados a la mesa del estatismo del bienestar que sostienen los atlantes de las clases medias.

    Aquí no legisla la Nación, sino el Estado (a lo mejor en eso consiste el “socioleberalismo” de nuestros amigos), aunque todavía no hemos llegado a la liberalidad de la democracia colombiana, donde, haciendo una corbata (colombiana) al barón de Montesquieu, las Farc se aseguran un mínimo de diez escaños al margen de los votos obtenidos, un sistema “socioliberal” ya bendecido por Obama, el Carter negro de Machín que preside la “república de las leyes” de Hamilton, Madison y Jay.