martes, 8 de julio de 2014

La última apoteosis de Alfredo Di Stéfano


Jorge Bustos

Coleccionaba con mucho cuidado todo lo que se publicaba sobre él y lo archivaba ordenadamente en carpetas que forrarían de gloria piedras más extensas que la columna de Trajano o el arco de Napoleón. Pero no lo hacía por vanidad, porque Alfredo Di Stéfano era un elegido, y los elegidos viven por encima de las magras posibilidades del orgullo: viven para defender la altura de sus propios hechos, como una ciudadela perfecta. Di Stéfano recopilaba los anales periodísticos de su fama por puro sentido del deber, que en su caso era el deber de la excelencia total: ser el mejor en el mejor equipo del mejor deporte del mundo y de la historia.

-Mi moral depende exclusivamente de cómo haya jugado. No está en el éxito ni en la derrota. Sino en la responsabilidad que uno se crea ante sí mismo -le confesó un Di Stéfano cenital de 27 años, "más bien soso y tímido, expresivamente inexpresivo", a César Gónzález-Ruano en una entrevista de 1954, celebrada morbosamente en un hotel... de Barcelona.

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