Alberto Salcedo Ramos
Gracias por regalarnos tanta alegría. Gracias por empuñar la lanza del Quijote y atreverse a embestir los molinos de viento.
Sabíamos de antemano que sería otra batalla perdida, pero como ustedes se ganaron nuestro cariño, nos hicieron pensar con el corazón, y el corazón siempre espera lo imposible.
Fue lindo haberse embrutecido por ustedes, muchachos.
Porque se brindaron íntegros, porque no ahorraron ni una gota de sudor, porque jugaron de esa manera lírica que en la comunidad del fútbol se aplaude mucho y se practica poco.
Gracias por ofrecer música allí donde solo había ruido.
Gracias por no tratar la pelota a las patadas.
Sabíamos de antemano que sería otra batalla perdida, pero como ustedes se ganaron nuestro cariño, nos hicieron pensar con el corazón, y el corazón siempre espera lo imposible.
Fue lindo haberse embrutecido por ustedes, muchachos.
Porque se brindaron íntegros, porque no ahorraron ni una gota de sudor, porque jugaron de esa manera lírica que en la comunidad del fútbol se aplaude mucho y se practica poco.
Gracias por ofrecer música allí donde solo había ruido.
Gracias por no tratar la pelota a las patadas.
Gracias por darle el tratamiento delicado que proponía Di Stéfano, aquel argentino portentoso que esparció su poesía en nuestras canchas: la pelota es la musa, la moza, la vieja.
Hazla retozar en tu pecho, acógela en tu empeine, llévala unida a ti como una compañera, y cuando te despidas de ella, asegúrate de que llegará a buen puerto. El pase largo, el pase cortito, la gambeta rauda, el balón filtrado por un callejón inaudito.
El gol.
El golazo de James.
En estos tiempos de tácticas ultra defensivas aplicadas a rajatabla por atletas que tienen más músculos que imaginación, los equipos que reciben la pelota redonda y la devuelven redonda valen el doble.
Ya sé que para ganar campeonatos no basta con jugar: hay que competir.
Si Alemania le puede meter ocho goles a un equipo inferior, se los mete. No es que después del tercero los jugadores se pongan a bromear como si estuvieran en un asado de amigos: siguen esforzándose igual que cuando el partido iba cero a cero.
¿Y qué decir de Italia? Es capaz de anotar un gol en el primer minuto, y defenderlo durante los dos siglos siguientes. Por eso son grandes.
Por eso pueden ganar, incluso, cuando andan mal.
Se dice fácil.
Sin embargo, los grandes se forjaron gracias a derrotas muy dolorosas.
Argentina llegó a la final en 1934, pero obtuvo el primer título en 1978, es decir, cuarenta y cuatro años después.
Brasil jugaba bonito y perdía feo. Tenía goleadores pero era goleado. Fue humillado por Uruguay en su propio estadio. Después aprendió a ganar.
La clave es competir, digo, y eso también se dice muy fácil.
Porque lo cierto es que ustedes, muchachos, son herederos de una larga historia de fracasos resumida en esta frase recurrente: siempre nos falta un centavo para el peso.
Todavía tenemos mucho potrero en el alma. Se nos facilita bailar guagancó y se nos dificulta conseguir resultados, sobre todo bajo presión.
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