Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Ésta es la historia de un malentendido entre un conductor, mi amigo Jesús, y un conductista, el guardia (de turno) de Ana Botella, y la manera municipal de resolverlo.
Un conductista vive de la conducta ajena.
Bertrand Russell observó el conductismo y vio que, cuando el conductista observa lo que hacen los animales, no piensa en sí mismo como animal, sino como registrador infalible de la realidad, y obviando el hecho de que él (otro animal) es quien observa, otorga un falso aire de objetividad a su observación.
–Pero apenas recordamos la posible falibilidad del observador, introducimos la serpiente en el paraíso del conductista: la serpiente susurra dudas, sólo con acudir a las leyes de la física.
Claro que, ¿qué son las leyes de la física ante las leyes de la democracia?
Mi amigo Jesús estaba en el campo, muy lejos de Madrid, a la vez que un guardia creyó verlo en una céntrica calle de la capital “utilizando manualmente pantallas, navegadores, dispositivos de telefonía, sistema de detección de radar”, motivo de sanción de 200 euros, o de100, si los pagaba sin protesta.
Pero protestó. Alegó que carece de navegador y que estaba en el campo (con testigos) sin separarse del auto. Y la respuesta municipal (con su gramática parda, que respetamos) fue: “Encontrarse en otro lugar o localidad en el momento de cometerse la infracción, no justifica el incumplimiento de la obligación que el titular del vehículo impone el artículo ‘de identificar de verazmente’ y en plazo al conductor…” Multa de 600 euros (por protestar), o de 400, si los paga sin chistar.
Amigo Jesús, pásate a la bicicleta: estarás exento de matrícula, de seguro obligatorio, de normas de circulación, y por Serrano el conductismo municipal te tratará como a un millonario chino que ayuda a salvar el planeta porque hace su compra de diamantes por la Milla de Oro en BiciMad.
Y Pablemos, ay, de novia en Estrasburgo con los periodistas (conductistas) llevándole la cola.