Cincuenta y un años es una edad que ya comienza a ser severa. Pero sobre esto no tengo ninguna influencia
Pepe Cerdá
Hoy, siete de septiembre, desde hace cincuenta y un años, es mi cumpleaños. Desde hace siete años he escrito aquí cada siete de septiembre, lo que ha convertido este nimio hecho en una tradición onomástica, y las tradiciones han de cumplirse.
Heme aquí tecleando sin gafas para la presbicia una vez más.
Tener cincuenta y un años en mi caso es la constatación de un fracaso. Ya no va a poder ser. Ya no voy a poder cumplir mi sueño. Que era éste: ser prejubilado de banca. Tengo unos cuantos amigos y conocidos que les largaron a la rua a los cincuenta con una grasa indemnización y su sueldazo; y, aún con estas, no terminan de encontrarse a sí mismos, no saben qué hacer con su tiempo, ni con sí mismos. ¡Qué injusticia! Yo, que me tengo encontraó, y que sé, exactamente, qué hacer conmigo y con mi tiempo, he de seguir en la brecha de la búsqueda cotidiana de nutrientes.
Cincuenta y un años es una edad que ya comienza a ser severa. Pero sobre esto no tengo ninguna influencia.
Adios.