martes, 25 de septiembre de 2012

Velada en el Metropolitano




Jorge Bustos

La refundación mítica de Buenos Aires corre últimamente a cargo de un boxeador, apodado Maravilla, que asciende tan rápido como se mueven sus manos al olimpo argentino para suplir la baja reciente de Carlos Gardel, ahora que se ha atestiguado su galicidad. Debemos al corralito la emigración de Sergio Maravilla Martínez y su avecindamiento en Chamberí, donde amanecía a las cinco para entrenar antes de salir a buscarse la vida –limpiar cocinas, enseñar boxeo, custodiar discotecas– cuando podía buscársela, y cuando no, apretaba la mandíbula, se subía las solapas de su raído gabán y papeaba en Cáritas o directamente mendigaba como un perro apaleado. Ahora le apalean sobre un ring, pero tenéis que ver cómo quedan los otros. Se fracturó la izquierda a mitad del combate triunfal contra Chávez pero siguió pegando hasta acreditarse como mejor boxeador libra por libra del planeta.




Cuando yo sea campeón del mundo del Consejo Mundial de Boxeo, voy a brindar con una botella de champagne —le confesó Maravilla a su primo cuando tenía 17 años y no era más que un pibito terco sin demasiado talento natural para el boxeo, por el que había decidido dejar su primera vocación: el fútbol.

Pero el fútbol, con todo lo que nos gusta, ha cambiado tanto. La grandeza incomparable del boxeo es que resiste el arquetipo heroico con que nos ha familiarizado el cine, la literatura y el mejor periodismo deportivo. La historia perenne del chico paupérrimo, acechado por el yonqui interior que le invita a abandonarse, que desoye la llamada del lumpen, que forja un temple moral ablandando un saco con los nudillos y que alimenta el íntimo sueño de la gloria sobre un cuadrilátero petado de focos y periodistas, seguido de una simple botella de champán. Entre esos muchachos inmunes a la prima de riesgo y sus hembras orgullosas y rotundas me mezclé la noche del sábado gracias a David Gistau, que me invitó a una velada en el Club Deportivo Metropolitano donde su entrenador, el campeón Jero García, se multiplica en tareas de promotor deportivo, educador barrial y hasta actor de reparto cuando los guionistas de Globomedia requieren los servicios de un tipo duro. Con Gistau, que calza guantes de 16 onzas por las 12 que gasta mi delgadez, voy a acabar subiéndome a un ring y, si no mejoro la guardia y ando ágil de piernas, me va a licuar el estilo de un derechazo y me brotará de las comisuras de las manos una prosa anémica de teletipo. Para que la velada fuera perfecta no faltó Ignacio Ruiz Quintano, a quien le danzan en la retina púgiles que flotaban como mariposas y picaban como abejas desde los tiempos del Poli Díaz.




En el gimnasio no cabía un alfiler. A la entrada, abriéndome paso por entre una humeante concurrencia a la espera de colarse, se me había colgado una choni del brazo:

No tendrás un pase de sobra, majo...




Y uno se excusa y evita corresponder a esa descarada fijeza con que miran las princesas de barrio por si anda cerca el Jonatan y los siete tatuajes que le entran a lo ancho en el bíceps, y se piensa lo que no es.
Los cinco primeros combates, a tres asaltos en modalidad amateur, tuvieron acometividad desde el principio y los muchachos hacían restañar los puños sobre las protecciones craneales como si quisieran averiguar qué hay debajo. Una de las peleas amateur enfrentó a uno de Barcelona con uno de Parla. La pegada del catalán era durísima, pero la mayor estatura y técnica del madrileño le permitían llegarle por dentro con series de directos que le abocetaron en el labio un Tàpies de la época especialmente roja. Vimos luego un excelente combate entre David Rodríguez y Vitalisviki, pleno de inteligencia e igualdad, y un esperpento entre el campeón español de los welter y un extra rumano al que parecían haberle prometido unas alubias calientes si se dejaba apalizar. Irene Gordo, alias Veneno, se encargó de defender su vigorosa concepción del feminismo frente a Melania Sorroche en el combate de fondo, que fue dado nulo, es decir, que ambas llevaron por igual.

Pero vaya usted a explicarles todo esto a quienes encuentran demasiado dura la reforma educativa de Wert.