En
plena segunda guerra mundial Grigulevich, el agente soviético que
participó en el asesinato de Andreu Nin, en el primer atentado a Trotsky
y en mil fechorías más, aseguró a sus superiores que por 65.666 dólares
Bolivia podía convertirse en una república soviética.
Estando en Uruguay se había enterado de que había aparecido un líder
indígena revolucionario, llamado Lenin, que se consideraba en
condiciones de proclamar el Estado Soviético de Bolivia. Todo lo que
necesitaba para tener éxito eran esos miserables 65.666 dólares. A
Grigulevich le sorprendió, claro, lo afinado de la cantidad, así que le
preguntó a Lenin las razones que tenía para ello. Éste sacó un papel
arrugado y comenzó a hacerle las cuentas elementales de la revolución:
Tanto para el soborno del jefe del arsenal; tanto para el del jefe de
correos; tanto para el jefe de la estación, etc, etc. Era un plan
perfecto, pero en lugar de armas usaba dólares.
Sin
embargo, estando las cosas tan claras, en Moscú quisieron regatear el
precio de una revolución sin sangre y sólo se mostraron dispuestos a
entregarle a Lenin 60 mil dolares. Pero Lenin, que tenía las cuentas
bien hechas, dijo que sin los 5.666 dolares que faltaban, no había nada
que hacer.
Y nada se hizo.