jueves, 20 de septiembre de 2012

La ovación

El águila del City

Ignacio Ruiz Quintano
Abc

    El martes, en Madrid, había dos opciones: ir a ver al hombre de Atapuerca, Arsuaga, que quiere ponernos a comer placenta (“estoy seguro de que los extraterrestres lo hacen”), o ir al Bernabéu a ver al City, un equipo de Manchester con águila de blasón adquirida por un jeque que colecciona a los mejores futbolistas de Europa, incluido el canario Silva, quien al ser sustituido recibió del madridismo una ovación tan tonta como la que el domingo en Las Ventas se llevó un toro que el puntillero no supo despenar.

    –Es que es español –me dijo mi vecino de asiento en el Bernabéu, cuando quise saber qué se aplaudía.
    
Las Ventas y el Bernabéu están ya en el narcisismo constitucional, donde los públicos se aplauden a sí mismos en la constitución de un toro que no se deja apuntillar o en la sustitución de un futbolista ajeno camino de lo que en inglés sería su “paseo constitucional”, esto es salir a mear.

    –I go for my constitutional –parecía decir Silva, sumido en la mayor perplejidad.

    Me dicen que Tve aplaudió la “patriótica” ovación del Bernabéu –“este público agradece la calidad” (?)–, y eso demuestra cuánta razón llevaba Foxá cuando decía que nunca, ni César ni Alejandro ni el Rey Sol fueron adulados tan servilmente como lo es hoy la masa.
    
Hemos pasado de la injusticia de llamarla chusma a la exageración de considerarla única protagonista de la Historia.
    
La “única protagonista de la Historia” blanca se gustó ovacionando a Silva en el 62, y se fue del estadio con el segundo gol del City en el 84, perdiéndose los goles de Benzemá y Cristiano. Es la “teoría del delirio de masas” de Broch: esa normalidad rencontrada de los participantes en un delirio como si ellos nunca hubieran tomado parte en el exceso.
    
A todo esto, en toda la noche sólo se oyó a los ingleses.

El rincón de los ingleses del City en el Bernabéu