lunes, 10 de septiembre de 2012

El caso del delantero centro


Ignacio Ruiz Quintano
Abc

    Radamel Falcao fue el sueño de una noche de agosto en Mónaco, pero el verdadero sueño de Falcao, si damos crédito al señor papá de Radamel, no es casarse con Carolina, sino jugar en el Real.
    
El dinero no constituiría obstáculo alguno, pues, no siendo Falcao portugués, tampoco tendría consideración de mercenario (en el fútbol, el que golea por estipendio, como, al parecer, Cristiano), y el piperío estaría ante la oportunidad única de disipar una duda histórica: ¿Hugo o Falcao?
    
Falcao, desde luego, no es Romario. Pero ¿podría ser Hugo? Simeone, el papá del cholismo, sostiene que sí, si bien sus números ligueros lo emparentan con Higuaín, y unos encuestadores que para estos casos maneja la prensa deportiva indican que el pipero común (de Facundo, no de Higuaín) lo canjearía… por Cristiano, delantero tan enorme que no se había visto otro igual desde Di Stéfano.
    
Cristiano es un delantero centro de banda, que es el sector del campo que ha de ocupar el delantero centro en un equipo grande, como sugirió Cruyff en Barcelona con Lineker.
    
El brazo mediático de la cultura oficial pretende hacer de Cristiano un narcisista de consulta y un caprichoso a lo Megido, aquel setentero genial (los 70 fueron la cumbre del rocanrol) que en El Molinón, jugando con el Sporting del tristísimo Miera, se cambiaba de banda si en la suya daba el sol.
    
En el Manchester Cristiano estaba loco por ser el mejor –ha escrito (?) Rooney en sus memorias.
    
¡Voluntad de ser el mejor! La socialdemocracia no concibe una desviación mayor, y envía contra Cristiano a sus psicoanalistas comprados en los chinos a convencernos de que el pequeño Messi puede achisparse teniendo un Maserati, pero el guapo Cristiano no puede amurriarse teniendo un Lamborghini.
    
Messi es un mago y Cristiano es un general –pastelea el fifo Blatter, cartero del Príncipe de Asturias a Íker y Xavi, ese Tod y Toby con que se pretende ikerxaviar a una generación.
    
Antes que él, y más bonito, lo expresó Terry Venables, el tipo que prefirió a Archibald cuando tenía a Hugo:

    –Cristiano es un atleta y Messi es Oliver Twist: un pequeñín que llega a la estación Victoria y se lleva las carteras de todos sin llamar la atención y que tiene a un gran grupo de pícaros trabajando a su lado.
    
Escama, sin embargo, la insistencia mediática en vendernos la superioridad futbolística del pícaro (con la ayuda arbitral, como la de Pérez Lasa en la famosa falta del Manzanares) sobre el atleta.
    
¿Superior en potencia? ¿Superior en velocidad? ¿Superior en juego de cabeza? ¿Superior en manejo de piernas? ¿Superior en espíritu competitivo?

    –¡Superior en modestia! ¿Le parece poco?
    
Y uno entonces se acuerda de Alberto Guillén, un perulero igualmente bajito que urdió, vengativamente, “La linterna de Diógenes”, y que detestaba la modestia:
    
La modestia es una especie de cerrojo. El cerrojo que ponen algunos sobre sus cofres vacíos.


 Terry Venables
CRISTIANO Y EL PERDÓN
    Quienes opinan que Cristiano debe pedir perdón a la afición por su tristura, confunden el Ferrari con el Prozac, pues arguyen que la posesión de un coche de lujo obliga a ir por la vida con sonrisa de eunuco feliz. Yo he visto al pipero aplaudir en el Bernabéu con más entusiasmo a Ronaldinho que a Cristiano, que pudo cambiar la historia del fútbol para siempre, si en lugar de venir al Madrid hubiera seguido el consejo de Ferguson de subirse al carro del Barcelona. Hoy no habría Clásicos (el de la Supercopa, por cierto, más visto que la Champions). Y es que hasta Ferguson sabe que el enemigo histórico a batir es el Madrid.