viernes, 14 de septiembre de 2012

Artur Mas nos trae la cuenta

Cifuentes, el Spínola enviado por Mariano 
para atender a Justino en la Breda del  Ritz
 
Jorge Bustos
 
Ya siento darles a ustedes tanto la murga con el tabarrón catalán pero todo se pega, y además no me negarán que, como diría doña Emilia Pardo, se trata ahora de la cuestión candente. Candente sobre todo para las banderas española y europea, que son las que acaban prendiendo por el ardor intelectual con que debaten los hijos encapuchados de esta Renaixença para pobres cuyo Prat de la Riba ha degenerado en un entrenador de fútbol que muestra una cartulina verde.

Cometerían un gravísimo error quienes minimizaran la magnitud de la protesta del otro día —parece replicarme Artur Mas, por quien madrugué ayer para el desayuno de prensa en el Ritz, donde en realidad aspira uno a desayunos más baratos: que por mojar un par de cruasanes en el café no me terminen exigiendo un Estado.

Efectivamente, el aquelarre de la Diada justificaba una expectación proporcional de compañeros gráficos que aguardaban al president en formación de columnata de Bernini que recibe al peregrino mendicante de un pequeño país. Precedido por Oriol, el hijo de su padre, llegó Mas como una aspersión de sonriente seny impertérrito y hasta besando algunas mejillas. Ni un murmullo que incomodase su paso tranquilo sobre la alfombra mullida. Me pregunto cuántos cubos de pintura roja llevaría ya sobre la permanente Esperanza Aguirre de acudir al Palace de Barcelona en simétrica ocasión. Incluso algunas voces de estadistas espontáneos deploraban que el Gobierno no hubiera enviado a delegado ninguno salvo a Cristina Cifuentes; no tiene otra cosa que hacer Soraya que mandar ministros a reírle la gracia a la metrópoli que se quiere separar de su colonia, como definía Cataluña el gran Fernández Flórez.

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