sábado, 8 de septiembre de 2012

Adiós, Horacio

Cristina Losada
Libertad Digital

Hay personas con un don inspirador, una cualidad luminosa que se presenta con desapego y afecto, y quizá se llame empatía. Horacio Vázquez-Rial, nuestro Horacio, era una de ellas. Como todas las grandes personas, no se daba importancia, pero qué duda cabe de que la tenía. Involucrado en los conflictos y pasiones de su tiempo, su trayectoria vital resulta inseparable de su andadura intelectual y política. Su amplia y premiada obra literaria y ensayística da buen testimonio de ello. Era una personalidad indagadora, de las que tienen una tendencia irrefrenable a cuestionar las ideas establecidas. No paró de hacer preguntas y buscar problemas.

Había nacido, como él decía en broma, en el Centro Gallego de Buenos Aires. Fue allí, en la capital argentina, donde atendió la llamada romántica de la Revolución, que luego novelaría. Se hizo trotskista, del ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo) para más señas. Muchos años después, sostendría que el trotskismo, por su costumbre de someterlo todo a crítica (algo que vinculaba al pensamiento judío), le llevaba a uno hacia la derecha con la ayuda del tiempo y, me atrevo a añadir con algún conocimiento de causa, de ciertas experiencias.

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