viernes, 4 de mayo de 2012

Leyenda


Ethan Edwards

Mourinho ganó porque fue el mejor con más diferencia de lo que dicen los puntos, porque ofreció múltiples variantes en su juego frente al inmovilismo táctico de otros, porque jugó al fútbol sin más atadura que la victoria, sin sentirse representante de nación ni ideología algunas

Pedro Ampudia

Tras los gestos de rabia, tras el manteo pertinente, tras los abrazos y las palabras, Mourinho desapareció del primer plano y le adivinamos en la penumbra del autobús masticando pacientemente la victoria y el crecimiento desbordante de su mito. Dejó que los focos recayeran sobre otros y hasta esto le pareció mal a la prensa, que olvidó conscientemente que en las victorias Mourinho siempre sigue un guión parecido. Olvidaron que tras ganar la Copa de Europa con el Inter, tras las impetuosas celebraciones nada más acabar el partido, prefirió abandonar el tumulto y buscar a su hijo en la grada, subirlo sobre sus hombros e iniciar el pausado regreso a casa por el camino de baldosas verdes. Como el guerrero que emprende viaje tras vencer en la batalla sin esperar al desfile de la victoria, los parabienes, las lisonjas y el reparto del botín. Ayer ganó el Madrid una liga contra el resto del mundo, frente a todo y frente a todos. Ganó porque fue el mejor con más diferencia de lo que dicen los puntos, porque ofreció múltiples variantes en su juego frente al inmovilismo táctico de otros, porque jugó al fútbol sin más atadura que la victoria, sin sentirse representante de nación ni ideología algunas.

Quiso el destino que el alirón definitivo fuera en Bilbao, frente a ese Athletic que sí representa a una nación, aunque la inventara un paleto llamado Sabino, y desde la llegada de Bielsa, también una ideología futbolística de la que bebió Guardiola como si fuera mate en aquella audiencia privada de once horas en Rosario. Con el partido del Madrid empezado, llegaron ecos de la frase del Pep que, para no de dejarme mal, resume perfectamente la totalidad de su discurso, esa mezcla de victimismo y superioridad moral a la que ya nos referimos. "El Madrid ha sido el justo campeón, pero han pasado muchísimas cosas que se han tapado por nuestro silencio". Hemos sido víctimas de un robo, pero somos tan buenos que nos hemos callado, ésa sería la traducción a román paladino de las palabras de Guardiola. La derrota saca de las entrañas del santón la autentica realidad que permanecía escondida en la victoria tras un muro de buenas palabras, falsa modestia y prosa de tienda de chucherías. Corre ahora el peligro el Barcelona de quedar definitivamente instalado en eso que Jon Juaristi llamó "el bucle melancólico". El recuerdo permanente de una Arcadia feliz que nunca existió, de un mundo perfecto que fue mentira.

El Madrid saltó al césped de San Mamés consciente de que teniendo una cita con la historia no es conveniente llegar tarde. Ataque fulgurante tras la presión sin permitir que los de Bielsa enlazaran más de dos pases. Tras fallar Cristiano un penalti, Higuaín saco la cápsula de cianuro que guardaba para su propio suicidio como madridista y la utilizó para envenenar al Athletic con un gol que recordó a aquel contra Osasuna que también valió una liga. A partir de ahí Özil comenzó a bailar una bella danza turca desconocida y fueron tres goles pero pudieron ser más. Con el Madrid campeonando ya y harto Cristiano de que el graderío le mentara a la madre se quitó el corsé que alguien le puso y le recordó quién era el campeón de liga. En defensa de la borrokada no salió un Gorka, ni un Ekiza, ni un Aurtenetxe. Salió un Martínez, un erdera, en busca de hacerse perdonar el apellido por esa grada de la que se expulsó a algunos aficionados madridistas para evitar conflictos. Desgraciadamente, una vez más en esa tierra la criminalización de las víctimas.

Tras el pitido final fue manteado Mourinho por sus jugadores con la excepción del capitán, que se encontraba atendiendo a la choni a la que antes había regateado el entrenador, en palabras de Ruiz-Quintano, para hacerle ver a Sarita que todavía hay sitio para el colegueo. Llega el momento ahora de Florentino, que debe hacer ver a José Mourinho que su leyenda sólo se puede hacer eterna si va de la mano de la leyenda por excelencia del fútbol. Si el presidente no le consigue convencer de la importancia de su continuidad más allá de la próxima temporada volveremos a la imagen que teníamos de Mourinho. Un Ethan Edwards, eternamente crepuscular, tras el que siempre se cierra una puerta.

En La Vida por Delante

Si el presidente no le consigue convencer de la importancia de su continuidad más allá de la próxima temporada volveremos a la imagen que teníamos de Mourinho. Un Ethan Edwards, eternamente crepuscular, tras el que siempre se cierra una puerta