Palco municipal en el Día del Patrón
Jorge Bustos
Acudir a la entrega de las Medallas de Madrid es una forma como otra
cualquiera de pasar la resaca. No puede tratarse de una de esas resacas
culpables la que se cosecha en vísperas del Patrón de la capital, quien
seguramente se sonreirá ante los excesos festivos que se cometan en su
nombre.
La elección de los premiados este año ha sido un monumento al
equilibrio, casi un tratado de Vitrubio sobre la corrección política. A
un extremo Alejandro Amenábar; al otro, el padre Jaime Garralda; y en el centro, claro, Alberto Ruiz-Gallardón. Gallardón es un apellido que seguramente suene a los madrileños, e incluso a los que no son de aquí. Amenábar es un cinero chileno pero madrileño de adopción cuya última película sirve de faro a la nueva hornada de Hipatias hispanas –con Pajín, Hipatia de Benidorm, de matriarca beauvoiriana– que en esta peli de los Python que
es el neofeminismo de sinecura se ponen a gritar “¡disidente!” cada vez
que el propio ministro de Justicia pronuncia la palabra “maternidad”. Y
el padre Garralda es un jesuita que ha dedicado su
vida a aplicar el Evangelio entre drogadictos, delincuentes y
desheredados verdaderos de la tierra que ni siquiera cuentan con un mal
iPad que les permita sumarse al 15-M.
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