miércoles, 23 de mayo de 2012

Fischer-Dieskau


El barítono es un cantante introspectivo, sólido, redondo, estable y a veces truculento. El tenor es saltarín y voluble, el barítono es perfecto para el tormento y, así, los lieder son como lamentos del alma. El tenor enamora, el barítono llora


Hughes

Hace unos días murió el barítono alemán Dietrich Fischer-Dieskau, una de las grandes voces del siglo XX. Al leer la noticia, era como si se hubiera muerto Schubert otra vez. Contemporáneamente, moría la gran Donna Summer y los puretas de la Prensa recordaban los últimos días del disco, cuando la transición y las patillas, pero con Fischer-Dieskau parece que se iba una determinada Europa. Habrá otros cantantes, pero él era el gran intérprete de algo único, el lied. Los alemanes han tenido grandes obsesiones y producir la obra de arte perfecta ha sido una de ellas. Con el lied, la música se despoja de fanfarrias y grandilocuencias, se reduce al piano y a la voz y se somete al texto para expresar los matices del alma y las sutilezas románticas del individuo. Para Elis Regina cantar era un sacerdocio y Fischer-Dieskau, con su envergadura a lo Cortázar y su sólida apostura, con un aire al actor John Forsythe, parecía un pastor torrencial, compungido y artístico.

       El barítono es un cantante introspectivo, sólido, redondo, estable y a veces truculento. El tenor es saltarín y voluble, el barítono es perfecto para el tormento y, así, los lieder son como lamentos del alma.

 El tenor enamora, el barítono llora.

       La voz de Fischer-Dieskau era absolutamente reconocible, incluso para alguien no avezado. Así, este portento tonal era como una primera melomanía. Un intenso apasionamiento, una dicción maniática y una vibración noble, luminosa al final. De todos modos, alguien dijo, creo que Zappa, que escribir sobre música era como bailar sobre arquitectura. Acometía los textos sagrados alemanes, sus ciclos bucólicos, lacrimógenos, con un supremo patetismo que el mundo recibía como una oración sublime. El alma alemana es esa mezcla aún apreciable de sublimidad y entereza y solidez rural. La voz de Dietrich era como un Schweinsteiger llorando todas las Copas de Europa.

       Hay veces en que pienso que Schubert, su intimismo revolucionario, pudo ser un origen remoto del cantautor. Luego, estremecido, rechazo la idea. El lied, que ahora suena de un elitismo masónico, era en realidad una búsqueda de lo popular, de lo llano, de lo más humano y antirretórico.

        El lied es el músico repoetizando el poema a base de escuchar su música íntima. Esto significa atención al sentido, al espíritu del texto. Una autenticidad. Es un recitativo que toma vuelo. Los grandes músicos acudiendo a la minería de los grandes líricos. El lied es como la exuberancia de la austeridad renana –¡y la Merkel es la bella molinera!–. Fischer-Dieskau trabajó toda su vida en ese territorio mágico que une el texto y la música, erizado de Heideggers. Ha sido una de las maneras más hermosas de sonar que ha encontrado el alma humana. Un intento de pronunciar lo sublime, que es algo que sólo puede intentar un alemán, y una absoluta atención al texto y su sentido.

    Los líricos estremecidos del mundo, los grandes germanófilos, los señores elegantes con un viaje invernal por dentro lloraron el otro día su muerte y el fin de una época.


El lied ha sido una de las maneras más hermosas de sonar que ha encontrado el alma humana. Un intento de pronunciar lo sublime, que es algo que sólo puede intentar un alemán, y una absoluta atención al texto y su sentido