Fuente Ymbro
"Yo no soy tonto"
"Yo no soy tonto"
José Ramón Márquez
La primera, al fin. Valdemorillo al final del túnel de la invernada. Ya tenemos al fin a los toros corriendo por el ruedo. A la porra la Jindama TV y sus amaños, que ya podemos ocuparnos de los toros, que es lo que nos gusta, y dejar a los zascandiles que se estrellen ellos solos.
De las tres corridas que habían programado en Valdemorillo, la verdad es que desde el principio estuvo claro que había dos a las que no iríamos, que Montealto y Antonio San Román no son razones que nos hagan renunciar a la siesta.
Fuimos a la matinée concitados por Fuente Ymbro y por el interesante mano a mano de Sergio Flores y Fernando Adrián, un mexicano tlaxcalteca de Apizaco y un madrileño ganador del Zapato de Oro.
Fuente Ymbro trajo a las puertas de Madrid una corrida bien presentada, novillos que en Granada valdrían por toros, en tipo y serios. Novillos prontos al caballo y atentos a lo que pasaba en el ruedo, algunos acosaron a los banderilleros hasta los burladeros. En general tuvieron la buena nota de no ser tontos, que parece mentira que esto deba ser reseñado.
Gustaría que la suerte de varas se hiciese mejor. Entonces habríamos visto a los novillos arrancarse con clase al caballo y hacer su pelea. A cambio lo que se vio fue la pésima monta de cada tarde, el descontrol del caballo que manda más que su jinete y luego el lanzazo trasero en el que se trata de hacer todo el daño que se pueda. Nos roban cada tarde la suerte de varas y nadie clama por esa parte del espectáculo que nos perdemos en cada corrida. Hoy, en la primera de la temporada, volvió a ocurrir lo mismo.
El mexicano trajo a Valdemorillo su oficio bien aprendido, su rápida disposición a empuñar la muleta con la mano izquierda, su fresca falta de reparos a plantear la faena dando distancia al toro y sus maneras de torero bastante cuajado. A cambio de eso, en el otro platillo de la balanza puso su deficiente colocación, su forma de torear por fuera, sus muletazos en los que no hay mando. Un ejemplo: el hombre tunde a muletazos al tercero, Alargado, número 156, se va a por el estoque y allí le espera el animal con la boquita cerrada dispuesto a empezar de nuevo, más fresco que una lechuga. Es el signo de estos tiempos, en los que se prefiere la supuesta estética al poder; pero el fatal resultado de esa mala elección es que la faena carece de hondura, de emoción verdadera. Insistamos en que Sergio Flores trajo a Valdemorillo excelentes argumentos, pero debería poner sobre la arena un mayor compromiso, un toreo que buscase una mayor hondura a base de meterse en el viaje del toro y huír de la absurda y aliviada moda contemporánea del toreo rectilíneo. Merece la pena que lo intente. Deja ganas de volver a verle.
Visto lo visto Fernando Adrián no era el mejor adversario para el mano a mano. Su toreo basto, vulgar y bullidor, si bien le reconcilia con lo que siempre ha sido el toreo en los pueblos, y en ese sentido fue vitoreado con todo merecimiento por la parroquia valdemorillense, le valió para dejar bastante aterida a la afición propiamente que percibía en sus formas un inequívoco aroma a Ruben Pinar.
Cuando acabó la corrida, a las dos y media de la tarde, el reloj de la plaza marcaba la una menos diez, sin intervención conocida de Morante de la Puebla, lo que parece indicar que eso de parar los relojes es cosa que va extendiéndose.
Las gentes salieron a almorzar y muchos volverían por la tarde para ver lo que hace ya dos siglos se llamaba corrida de toros. Nosotros nos volvimos a Madrid sólo con media corrida. Un señor se llevaba en una bolsa de plástico las orejas que los toreros le habían lanzado. ¿Padecerá el hombre el síndrome de July de obsesión por las orejas? ¿Qué es lo que habrá hecho con ellas a estas horas?
La primera, al fin. Valdemorillo al final del túnel de la invernada. Ya tenemos al fin a los toros corriendo por el ruedo. A la porra la Jindama TV y sus amaños, que ya podemos ocuparnos de los toros, que es lo que nos gusta, y dejar a los zascandiles que se estrellen ellos solos.
De las tres corridas que habían programado en Valdemorillo, la verdad es que desde el principio estuvo claro que había dos a las que no iríamos, que Montealto y Antonio San Román no son razones que nos hagan renunciar a la siesta.
Fuimos a la matinée concitados por Fuente Ymbro y por el interesante mano a mano de Sergio Flores y Fernando Adrián, un mexicano tlaxcalteca de Apizaco y un madrileño ganador del Zapato de Oro.
Fuente Ymbro trajo a las puertas de Madrid una corrida bien presentada, novillos que en Granada valdrían por toros, en tipo y serios. Novillos prontos al caballo y atentos a lo que pasaba en el ruedo, algunos acosaron a los banderilleros hasta los burladeros. En general tuvieron la buena nota de no ser tontos, que parece mentira que esto deba ser reseñado.
Gustaría que la suerte de varas se hiciese mejor. Entonces habríamos visto a los novillos arrancarse con clase al caballo y hacer su pelea. A cambio lo que se vio fue la pésima monta de cada tarde, el descontrol del caballo que manda más que su jinete y luego el lanzazo trasero en el que se trata de hacer todo el daño que se pueda. Nos roban cada tarde la suerte de varas y nadie clama por esa parte del espectáculo que nos perdemos en cada corrida. Hoy, en la primera de la temporada, volvió a ocurrir lo mismo.
El mexicano trajo a Valdemorillo su oficio bien aprendido, su rápida disposición a empuñar la muleta con la mano izquierda, su fresca falta de reparos a plantear la faena dando distancia al toro y sus maneras de torero bastante cuajado. A cambio de eso, en el otro platillo de la balanza puso su deficiente colocación, su forma de torear por fuera, sus muletazos en los que no hay mando. Un ejemplo: el hombre tunde a muletazos al tercero, Alargado, número 156, se va a por el estoque y allí le espera el animal con la boquita cerrada dispuesto a empezar de nuevo, más fresco que una lechuga. Es el signo de estos tiempos, en los que se prefiere la supuesta estética al poder; pero el fatal resultado de esa mala elección es que la faena carece de hondura, de emoción verdadera. Insistamos en que Sergio Flores trajo a Valdemorillo excelentes argumentos, pero debería poner sobre la arena un mayor compromiso, un toreo que buscase una mayor hondura a base de meterse en el viaje del toro y huír de la absurda y aliviada moda contemporánea del toreo rectilíneo. Merece la pena que lo intente. Deja ganas de volver a verle.
Visto lo visto Fernando Adrián no era el mejor adversario para el mano a mano. Su toreo basto, vulgar y bullidor, si bien le reconcilia con lo que siempre ha sido el toreo en los pueblos, y en ese sentido fue vitoreado con todo merecimiento por la parroquia valdemorillense, le valió para dejar bastante aterida a la afición propiamente que percibía en sus formas un inequívoco aroma a Ruben Pinar.
Cuando acabó la corrida, a las dos y media de la tarde, el reloj de la plaza marcaba la una menos diez, sin intervención conocida de Morante de la Puebla, lo que parece indicar que eso de parar los relojes es cosa que va extendiéndose.
Las gentes salieron a almorzar y muchos volverían por la tarde para ver lo que hace ya dos siglos se llamaba corrida de toros. Nosotros nos volvimos a Madrid sólo con media corrida. Un señor se llevaba en una bolsa de plástico las orejas que los toreros le habían lanzado. ¿Padecerá el hombre el síndrome de July de obsesión por las orejas? ¿Qué es lo que habrá hecho con ellas a estas horas?
Fernando Adrián
F. A.
F. A.
Fernando Adrián y Sergio Flores
Mulas de España
Reloj parado
(Y no estaba Morante)
(Y no estaba Morante)
Sergio Flores
S. F.
S. F.