Fandiño luciferino, para las nenazas del G-10
José Ramón Márquez
Ahí está el de la pelija, tan terne. El afgano Aresti plácidamente echado, contemplando cómo unos agitan el árbol y cómo otros cogen las nueces, y él sin inmutarse, a la sombra de los magnolios de Neguri, ora estirándose perezosamente, ora rascándose con parsimonia una oreja o la otra según sople el viento, que con viento sur hasta los crímenes en el viejo fuero eran menos crímenes, ora recostándose perezosamente en su sillón favorito, dejando pasar mansamente las horas.
Y mientras el mundillo bulle con los tejemanejes de los zascandiles de la Jindama TV sale ese Fandiño, Iván Fandiño Barros, natural de Orduña, vizcaíno forjado en hierro, clamando a las puertas de Vista Alegre, del chamizo de Aresti, y manifestando el deseo de encerrarse con seis toros en la plaza de las arenas negras, dos de Alcurrucén, dos de Fuente Ymbro, dos de Albaserrada, Victorino o Adolfo, a elección de Aresti. Y a cambio de esta inequívoca declaración de principios lo que recibe es la callada, la evasiva, por respuesta del afgano Aresti; que el hombre, en su fuero interno, vasco afgano y foral a fin de cuentas, sólo sueña con ver corretear por su plaza las bestias que cría Pepito Veraguas, los Tajirreinas y Reinitajos del escrupuloso ganadero, los Tajos, sin antigüedad, y los Reinas, aspirantes, para que se realice el ansiado sueño de la paz que han de traer los toros nuevos a este nuevo Bilbao, acabando de una vez con tantos siglos de lucha, con tantos toros duros, con la guerra frente al enemigo feroz y pavoroso.
Toros nuevos para este nuevo Bilbao, Guggenheim taurino de Aresti, toros hechos de flores como el perro de la Alameda de Mazarredo, toros de chicha y nabo con los que sueña el vasco afgano contra viento y marea a mayor gloria de los toreros de pitiminí, que son los que a él le gustan, y no el Fandiño ése que sólo viene a traer problemas, que las cosas tienen un límite, hombre. Con lo majas que le salieron las verónicas a Morante aquel día, ¿qué se cree Fandiño?