La otra noche me faltó una copa para sacar a bailar a Leire Pajín. Me debatí hamletiano durante varios minutos, observando a la todavía ministra de Sanidad –Dios mío, y que nos hayamos habituado como si nada a colocar ministra y Pajín en la misma frase– zapateando con una feminidad pongamos reconocible en el centro de la pista de baile. Consulté con periodistas de El Mundo, Libertad Digital, Público, Colpisa, Radio Nacional, COPE y algún medio más que me dejo, y todos me animaron a hacerlo. Una incluso amagó con llevarme de la mano ante la ministra y hacer las presentaciones, como se lleva a la oveja ante el esquilador. Me imaginaba ya al día siguiente pavoneándome de la hazaña en este folio, refutando las insidias de mis enemigos y desactivando los reproches horrorizados de los amigos. Pero no lo hice, señores. Me faltó valor. Joder, es que es Pajín, y eso no hay chupito que lo altere. Por cierto que a la entrada, ejerciendo su interina condición de cruzada antitabaquista, ya había reprendido a algunos “pecadores” que echaban un piti antes de pasar al salón.
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