martes, 27 de diciembre de 2011

El camino que lleva a Belén

Spengler al paso de cebra

Jorge Bustos

Salir de casa y topar con un pelotón de soldados apurando jovialmente unos pitillos y disputándose el orden de subir al autobús. Soldados en un barrio donde hace nada vivaqueaban los perroflautas: he ahí un síntoma del cambio. El otro es que por Navidad en vez de muñecas de Famosa nos anuncien recesiones, lo que ayer hizo De Guindos, que tiene una cara idónea para anunciar recesiones y además es del Atleti, o sea que de crisis sabe lo suyo.

Enfilé el Palacio Real porque se me ocurrió dedicar la mañana a la crítica de belenes y lo suyo es empezar por el primer belén de la Corte, a ver si de paso advertía en la disposición de sus figuras alguna clave sutil para poder apuntar ceses inminentes de la convivencia o repudios borbónicos soterrados, pesquisa a la que, ayunos de actualidad, se han entregado nuestros graves tertulianos desde la noche del 24, con su tradicional mensaje. Pasear por la plaza de Oriente es algo que siempre nos pone de buen humor. ¿Qué paseante no esboza una sonrisa ante el modulado guitarreo de un mendigo folk, el deambular del mimo charlotiano y del mimo decapitado, o el cortometraje bisoño que ruedan junto a la fuente unos estudiantes voluntariosos?

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