Wenceslao Fernández Flórez
El misterio –que nunca lo es– de la sesión secreta: el señor presidente puso un pequeño detalle en conocimiento de la Cámara. Durante el mes de agosto los señores diputados gastaron nueve mil pesetas del presupuesto del Congreso en hacer viajes en avión.
Entonces la Cámara expuso su opinión de que el gasto era un poco excesivo... Sí..., nueve mil pesetas...; francamente... Sin acrimonia –porque tampoco es ruinosa la cifra–, la Cámara imitó ese gesto de los padres que reprenden un dispendio del hijo.
El señor Lluhí pidió la palabra.
Bueno. Se habían gastado nueve mil pesetas. Y fueron los diputados catalanes los que originaron el dispendio. ¿A qué ocultarlo? Un catalán es un hombre trabajador, más trabajador que el resto de los españoles. Cuando termina su función en el Congreso, mil asuntos lo esperan ya en su tierra. Y se marcha volando, por el procedimiento más rápido, y vuelve volando también... Esto es plausible. El desembolso de nueve mil pesetas mensuales no es exagerado si se tiene en cuenta el provecho que se deduce de la intensa labor de estos señores.
Y el señor Lluhí añadió:
–Por otra parte, la suma es pequeñísima. Repartida entre los cuatrocientos y pico de diputados, toca tan sólo a veinte pesetas por cabeza.
La Cámara pensó:
–Pues es verdad.
Y ésta es, amigos, la síntesis de toda la conducta económica de Cataluña. La forma de la argumentación utilizada por el señor Lluhí es la forma típicamente catalana. Cuando hubo que favorecer su metalurgia, todos los españoles lo pagamos; cuando se vio obligada a conceder jornales más altos en sus fábricas textiles, impuso a las demás que los elevasen; cohibió el desarrollo de la industria que pudiera competir con la suya en cualquier otro lugar de la Península (¡0h, aquellos buenos y sabrosos tiempos en los que la Dictadura autorizó Comités que exterminaron –para provecho de Cataluña– las fábricas de tejidos de Galicia!); cuando le convino que el arancel se elevase, habló también del interés español. Y los españoles pagaban. Ahora, en un detalle pequeñito, se refleja ese antiguo y eficaz criterio: los diputados catalanes viajan en avión y reparten entre todos los demás el gasto.
Total, ¡bah!, veinte pesetas por cabeza.
¡Admirable espíritu catalán, el único, entre todos los demás, que tiene un sentido tan sutil, tan certero y agudo del comercio! ¡Qué pena si algún día se separase de esta España perezosa, torpe para las cuentas! ¿Dónde podría encontrar un cliente al que manejar con más fáciles recursos? Sería, en verdad, como una metrópoli que forcejease ella misma para desprenderse de sus colonias.
¡A veinte pesetas por cabeza!
Vosotros voláis, y los demás pagan a escote.
Ved ahí –sin ironía alguna– un auténtico “hecho diferencial”. Sois superiores.
El misterio –que nunca lo es– de la sesión secreta: el señor presidente puso un pequeño detalle en conocimiento de la Cámara. Durante el mes de agosto los señores diputados gastaron nueve mil pesetas del presupuesto del Congreso en hacer viajes en avión.
Entonces la Cámara expuso su opinión de que el gasto era un poco excesivo... Sí..., nueve mil pesetas...; francamente... Sin acrimonia –porque tampoco es ruinosa la cifra–, la Cámara imitó ese gesto de los padres que reprenden un dispendio del hijo.
El señor Lluhí pidió la palabra.
Bueno. Se habían gastado nueve mil pesetas. Y fueron los diputados catalanes los que originaron el dispendio. ¿A qué ocultarlo? Un catalán es un hombre trabajador, más trabajador que el resto de los españoles. Cuando termina su función en el Congreso, mil asuntos lo esperan ya en su tierra. Y se marcha volando, por el procedimiento más rápido, y vuelve volando también... Esto es plausible. El desembolso de nueve mil pesetas mensuales no es exagerado si se tiene en cuenta el provecho que se deduce de la intensa labor de estos señores.
Y el señor Lluhí añadió:
–Por otra parte, la suma es pequeñísima. Repartida entre los cuatrocientos y pico de diputados, toca tan sólo a veinte pesetas por cabeza.
La Cámara pensó:
–Pues es verdad.
Y ésta es, amigos, la síntesis de toda la conducta económica de Cataluña. La forma de la argumentación utilizada por el señor Lluhí es la forma típicamente catalana. Cuando hubo que favorecer su metalurgia, todos los españoles lo pagamos; cuando se vio obligada a conceder jornales más altos en sus fábricas textiles, impuso a las demás que los elevasen; cohibió el desarrollo de la industria que pudiera competir con la suya en cualquier otro lugar de la Península (¡0h, aquellos buenos y sabrosos tiempos en los que la Dictadura autorizó Comités que exterminaron –para provecho de Cataluña– las fábricas de tejidos de Galicia!); cuando le convino que el arancel se elevase, habló también del interés español. Y los españoles pagaban. Ahora, en un detalle pequeñito, se refleja ese antiguo y eficaz criterio: los diputados catalanes viajan en avión y reparten entre todos los demás el gasto.
Total, ¡bah!, veinte pesetas por cabeza.
¡Admirable espíritu catalán, el único, entre todos los demás, que tiene un sentido tan sutil, tan certero y agudo del comercio! ¡Qué pena si algún día se separase de esta España perezosa, torpe para las cuentas! ¿Dónde podría encontrar un cliente al que manejar con más fáciles recursos? Sería, en verdad, como una metrópoli que forcejease ella misma para desprenderse de sus colonias.
¡A veinte pesetas por cabeza!
Vosotros voláis, y los demás pagan a escote.
Ved ahí –sin ironía alguna– un auténtico “hecho diferencial”. Sois superiores.
(ABC, 23 de Noviembre de 1931)