viernes, 19 de junio de 2009

POBRE BALANCE DE UNA POBRE FERIA



José Ramón Márquez

Siento pecar de falta de originalidad, pero creo que lo obligado es hacer un repaso a la recién terminada feria y echar una mirada a las tendencias de la temporada. Intentaré hacer una especie de balance un poco distinto de lo que se suele hacer.

En primer lugar me gustaría hablar de los peones. Creo constatar en los últimos años una tendencia general a no hacer bien su trabajo. Bien porque en las actuales circunstancias de la vida se creen de igual categoría que su matador –cosa en la que a menudo no les falta razón- o bien porque el oficio lo tienen sólo hilvanado, el hecho es que los buenos peones de brega, los que con su trabajo ayudan a su matador y le son útiles, son la minoría, siendo muy baja la media de los normales. Entre los buenos me gusta citar a Boni –a quien este año he visto un poco sobreactuado, en aras a que le den todos los premios- y ese nuevo Domingo Navarro, eficaz y dispuesto al quite. En banderillas la cosa no va mucho mejor. A los penosos cuarteos de cada tarde se suma el hecho de que se haya perdido totalmente la antigua vergüenza a ‘tomar el olivo’, actitud censurable donde las haya en un torero, sea de plata o de oro. Actualmente se recurre a tan deplorable sistema de huida de forma constante y abusiva, y lo más chocante es que esos volatines de mal banderillero son a veces aplaudidos por el público que, al ser soberano, igual tiene razón. Por pura justicia de rehileteros de lujo deben ser citados Juan José Trujillo y Carlos Aranda.

En segundo lugar me gustaría hablar de la suerte de varas. Sé, porque lo he visto, que la suerte de varas puede ser un bello espectáculo, uno de los más plásticos que una corrida puede ofrecer. Conozco la forma en que se debe ejecutar tan gallarda suerte y las condiciones que debe tener el picador, de entre las cuales la principal es saber montar a caballo. Pues bien, en las veintisiete tardes de las ferias de San Isidro y del Aniversario (¿Aniversario de qué?) se puede decir que no se ha visto un solo puyazo en condiciones, ajustado a las reglas del arte, citando al toro, echando el palo por delante, sujetando a la fiera y dándole salida con majeza. Lo visto es, por el contrario, un espectáculo grotesco, absurdo, sucio, desagradable y degradado que está pidiendo a gritos su reforma para dar al toro alguna oportunidad. Si contabilizamos los picadores que han sido desmontados por el envite del toro, la manifiesta incapacidad para dominar a los caballos –malos jinetes-, los marronazos y lanzazos dados en cualquier parte del toro –hasta el rabo todo es toro- concluiremos que, como primera medida de profilaxis, al menos, se debería privar a los picadores del antiquísimo privilegio de vestir de oro, pues no lo merecen. No salvo a ninguno.

En tercer lugar tenemos a los matadores. Mi impresión es que no hay en la actualidad –con las salvedades que citaré- apenas matadores que me interesen. Me apena declarar esto, pero el toreo que veo tarde tras tarde se basa en ceder el terreno al toro, toreando hacia detrás o, como se decía antes, ‘destoreando’. Por un lado están los de las Escuelas, cortados por el mismo patrón, con esas faenas tan tediosamente iguales las unas de las otras y con esa falta de personalidad tan acusada. Por otro lado están los que imitan a los que triunfan. De estos hay dos grandes grupos: los imitadores de José Tomás y los de El Juli. Vamos con ellos. En cuanto al segundo, me parece tan deplorable su sentido de la lidia y su concepción del toreo que me resulta imposible aceptar que nadie que trate de imitarle pueda llegar a interesarme lo más mínimo, ya que no me interesa el original. En lo que toca a Tomás, es tan personal su forma de entender el negocio taurino que da la impresión de que todo lo que hace vale sólo para él, que su modelo es inexportable. Por eso, lo que nos ofrecen sus ‘imitadores’ son lo que podríamos llamar las cáscaras del tomasismo: las malditas manoletinas, las chicuelinas movidas, los innecesarios alardes de quietud, los inicios de faena por pedresinas, la moda de los pies juntos –los cadáveres llevan los pies juntos, no los toreros-, esos son los vientos que Tomás ha sembrado y que, en manos de sus epígonos, se convierten en tempestades.
Resaltaré a dos toreros que no han estado bien, pero que para mí representan el clavo ardiendo de una forma de torear que cada vez se ve menos, basada en la torería, la personalidad y el toreo hacia adelante: Manuel Jesús El Cid y Diego Urdiales son, en mi opinión, el tipo de torero que uno querría ver siempre en una plaza de toros. Quizás podría haber puesto a Frascuelo, pero no le incluiré porque creo que ya no debería estar por esas plazas. Además, y cada uno por un motivo diferente, me he quedado con las ganas de Manzanares, Ponce, Curro Díaz, Rafaelillo, Fundi y Padilla.
Dejo aparte a Morante porque a él no le afecta nada del montaje. Le han traspasado íntegra la leyenda de Curro Romero sin que el de La Puebla aporte éxitos y faenas que avalen esa condición de heredero. Es algo increíble, pero de eso vive. Me encantaron las cuatro verónicas que dio en chiqueros y me sorprendí, una vez más, al ver que sus ‘hooligans’ le jaleaban por igual lo bueno que lo peor.
Por último, se debe hacer notar que el nombre de ‘matador’ informa de que ese torero es el que mata. La moda de este año ha sido soltar la muleta en la cara del toro al entrar a matar y luego salir corriendo. Por pura justicia se debe remarcar la magnífica estocada de Uceda a su segundo de El Pilar, perfecta en su ejecución y muy apropiada para recordar a toreros y público en general la forma en que se debe matar a un toro. Al menos uno lo hizo.






(Publicado en la revista de los areneros El Rastrillo Taurino)