La frase manida, atribuida al Pasmo de Triana, asegura que se torea como se es. Suponemos que eso significa que los buenos toreros torean como los buenos toreros, y los otros, no. Pero ahí faltan cosas: la naturalidad, la personalidad, la verdad. El domingo, 21, en Las Ventas, Curro Díaz explicó a medias, pero con nitidez, lo que es ser un torero, con su verdad, con su inspiración, con su miedo. Frente a la clara e imperfecta explicación de lesa torería que dictó en su segundo, nos vienen a la cabeza las imposturas con que nos tratan de adoctrinar. Crucemos de una vez las espadas entre la actitud forzada, la impostura jaleada como si fuese oro puro, la crispación y la tensión de Morante de la Puebla, y la levedad, la alegría, la profundidad de la antigua escuela sevillana, practicadas por un torero de Linares a quien le basta la filigrana de un adorno para recordarnos que este espectáculo es (y siempre debería ser) una fiesta.