José Ramón Márquez
A Sergio Ariza
Vedlo en el campo, como casi nadie lo vio. Es un toro bravo. Fue lidiado y muerto en la Monumental de Madrid el día 27 de mayo de 2009. Su nombre es Camarito, su número el 550, su hierro el de Palha, su divisa, azul y blanca. El torero que tuvo el honor de estar frente a él no es uno de esos que se enseñorean de los carteles de postín, de esos que tienen por el campo a sus empleados revolviendo las ganaderías, eligiendo, quitando y poniendo para quedarse con lo peor. De esos toreros, ninguno quiso medirse con la seriedad y el respeto del toro Camarito. De nuevo, un toro bravo y encastado, un toro de los que ponen las cosas en su sitio, volvió a caer en manos de un torero que el año pasado hizo veintitantos paseíllos. Su nombre: Paúl Abadía ‘Serranito’. Y de nuevo ante nuestros ojos apareció el milagro del toro de poder y con él, la emoción en la suerte de varas; en esa primera entrada al caballo cuando los pitones de Camarito se encuentran frente al inmundo peto, cuando el toro frena una fracción de segundo y con un leve empujón de su pitón derecho, sin aparentar que hace fuerza, derriba al jinete y al caballo, en un empujón en el que le dan fuerza los Bemfeito, los Espejito, los Tonelero o los Veneno, toros de Mazzantini, de la época de los picadores sin peto, de su mismo hierro y su misma divisa. Y después, en su juego, en su presteza a banderillas, en su decisión en el último tercio, Camarito, como si de un cristo animal se tratase, redime a sus congéneres de tantas tardes de su origen Bos enalteciendo su condición de Taurus. Y por ello, como tal, debe morir en la plaza para proclamar su casta y honrar su divisa. Camarito, toro bravo.
A Sergio Ariza
Vedlo en el campo, como casi nadie lo vio. Es un toro bravo. Fue lidiado y muerto en la Monumental de Madrid el día 27 de mayo de 2009. Su nombre es Camarito, su número el 550, su hierro el de Palha, su divisa, azul y blanca. El torero que tuvo el honor de estar frente a él no es uno de esos que se enseñorean de los carteles de postín, de esos que tienen por el campo a sus empleados revolviendo las ganaderías, eligiendo, quitando y poniendo para quedarse con lo peor. De esos toreros, ninguno quiso medirse con la seriedad y el respeto del toro Camarito. De nuevo, un toro bravo y encastado, un toro de los que ponen las cosas en su sitio, volvió a caer en manos de un torero que el año pasado hizo veintitantos paseíllos. Su nombre: Paúl Abadía ‘Serranito’. Y de nuevo ante nuestros ojos apareció el milagro del toro de poder y con él, la emoción en la suerte de varas; en esa primera entrada al caballo cuando los pitones de Camarito se encuentran frente al inmundo peto, cuando el toro frena una fracción de segundo y con un leve empujón de su pitón derecho, sin aparentar que hace fuerza, derriba al jinete y al caballo, en un empujón en el que le dan fuerza los Bemfeito, los Espejito, los Tonelero o los Veneno, toros de Mazzantini, de la época de los picadores sin peto, de su mismo hierro y su misma divisa. Y después, en su juego, en su presteza a banderillas, en su decisión en el último tercio, Camarito, como si de un cristo animal se tratase, redime a sus congéneres de tantas tardes de su origen Bos enalteciendo su condición de Taurus. Y por ello, como tal, debe morir en la plaza para proclamar su casta y honrar su divisa. Camarito, toro bravo.