viernes, 18 de noviembre de 2022

Tiempo de calamidades

 


Francisco Javier Gómez Izquierdo

 

     No sabe uno como sonarán las trompetas que precederán al Apocalipsis, pero me pasa como a los personajes de Miguel Delibes que medían sus ciclos vitales junto a la encina, la cebada y el guarro a golpe de santoral y tanto desbarajuste como se amontona me suena demasiado raro y me huele a decrepitud. Que servidor de ustedes, que se ha montado tres veces en aviones con más miedo que perro en China se meta a guiarlos con gente montada en un descuido del guarda, por chulería y soberbia repentinas, tendría que tener pena, pero en el mundo en general y en España en particular semejantes arrebatos no sólo tienen premio sino la suficiente consideración como para institucionalizarlos.


    Al frente de los ministerios de España han llegada ejemplares de personas muy extrañas. Gentes con singulares ocurrencias hasta el punto de temer que un día saquen una ley que diga que me tengo que pintar el poco pelo que me queda de colorao. Creen en los ministerios que todos somos tontos, y si no lo somos, debemos al menos parecerlo. Confiada esta generación de barandas -padres conscriptos en parla ciceroniana- en su impunidad, fanfarronean con leyes irrespetuosas que reemplazan las de otros hombres más ancianos y más sabios que con intercambio de cesiones y respetos regularon y castigaron los delitos contra la convivencia y los patrimonios con cierta unanimidad. ¿Alguien en su sano juicio cree que el Código Penal de un país puede ser redactado en contra de la opinión del 95% de los ciudadanos? ¿Nadie es capaz de razonar y convencer para que el Código Penal castigue conforme el mejor saber y entender de los individuos más sensatos escogidos entre todos los partidos del Congreso de derechas e izquierdas? ¿Cómo se ha llegado tan bajo y se permite que una secta fanática legisle como si el Estado fuera su cortijo particular?


    De lo que pueda pasarnos en España -dicen que la malversación según quien la cometa va a dejar de ser delito- Dios o el diablo dirán, pero por ahí fuera también tienen lo suyo. El Mundial que empieza el domingo sin ir más lejos. El daño de celebrarlo en invierno paralizando las Ligas nacionales y sobre todo ante gentes tan extrañas como caprichosas que se sienten atraídas por un juego capaz de montar la mejor feria del Mundo, como les atrae el halcón cetrero o el caballo pura sangre de las carreras inglesas, me da que va a ser incontrolable no sólo para los satrapillas fiferos y ueferos sino para el aficionado en general que sitúa el comienzo del gran acontecimiento por San Eliseo o Santa Micaela del Santísimo Sacramento como ajustaría el Nini de "las ratas", niño con el que uno empatiza, como se dice ahora, y no para San Edmundo como han decidido los adoradores del dólar y que han compuesto semejante desatino.


     En el fútbol está demasiado extendida la metástasis de la política. No hay médico que se atreva a abrir por si al abrir la criatura se queda en el sitio. Puede también morir de repente, pero es poco probable. Servidor cree que son demasiados los inventos que amenazan al mayor espectáculo del Mundo. Adaptarse a ellos lo ha enfermado gravemente y sólo cabe esperar una muerte que no parece vaya a ser decorosa.  Habrá que volver a ver fútbol sin aditivos con los cadetes y juveniles en las mañanas de los sábados y domingos y que las televisiones con sus VARES y sus cámaras lentas y una conveniente recua de referís se entiendan con la FIFA y la UEFA, pero confieso que llegan días en los que no me voy a apartar del tele como decía Remigio el de la Evenceslada.