sábado, 12 de noviembre de 2022

Millán Astray y los prejuicios democráticos




Al cafrerío rampante



Millán Astray es, para entendernos, el capitán Alatriste, pero en serio: estudió a los Tercios de Flandes y tradujo el Bushido para inculcarlo a sus legionarios.

Un fanático de Gabriele D’Annunzio.

-Pemán, usted que lo conoce de cerca, ¿es verdad que me parezco a Gabriel D’Annunzio?

Nadie vivió más que él. Y, de paso, tenía más lecturas y mayor don para la escritura que el mejor columnista de hoy.

Fue nuestro Patton con sentido del humor (Nueva York cortó la Quinta Avenida para que Millán pudiera cruzarla tranquilamente camino de West Point), y, aparte la Legión, fundó dos instituciones que siguen volviendo locos a nuestros demócratas: Radio Nacional de España y el Ministerio de Cultura (es decir, de Prensa y Propaganda).

-Ahora, Pemán, haremos como los predicadores. Echamos la cortinilla del sagrario y ya podemos decir lo que queramos –dijo un día, convencido de que los curas echaban la cortinilla del Sacramento para murmurar de la Divinidad.

La famosa confrontación con Unamuno en Salamanca, tergiversada hasta la náusea por los correveidiles de la memoria histórica en virtud de la cual por el mar coren las liebres y por el monte las sardinas, no se puede despachar con un enlace a la Wikipedia.

Y porque, como dice Gómez Dávila, conocer bien un episodio histórico consiste en no observarlo a través de prejuicios democráticos, se recomienda el libro Millán Astray, legionario, de Luis E. Togores (La Esfera de los Libros, 2003), donde con escritura bien sencilla se contempla el asunto desde todos los puntos de vista para que el lector inteligente saque sus conclusiones.

Un ejemplo de cómo volverse loco por un prejuicio democrático:

-Un gobierno militar tendría la ventaja de acabar con estas farsas parlamentarias que tanto nos repugnan... Son los militares los que deben imponer silencio y orden en este galimatías político, dando con su sable en los consejos ministeriales y apoderándose del poder si la Corona no cree llegado el momento de otorgárselo de buen grado.

JOSÉ ORTEGA Y GASSET / EL SOL, 13 DE FEBRERO DE 1920
 
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-Mi segunda discrepancia fue con ocasión del golpe de Estado. El general Primo de Rivera me concedió el honor de notificarme su pensamiento. Le escuché con toda atención y respeto que me merecía; pero, con la lealtad en mí característica, le hice presente que no era partidario de la dictadura ni de la intromisión del ejército en política nacional, y que a este criterio había atemperado yo siempre mi conducta. El general no insistió más.

JOSÉ MILLÁN ASTRAY / MEMORIAS INÉDITAS
 
 
[Publicado el 3 de Febrero de 2010]