Si la importancia de un artista se juzga por el cambio del gusto estético que sus creaciones provocan y, en consecuencia, por el número de obras que, procedentes de su escuela, entran en los museos y en la decoración de espacios públicos, nadie puede acercarse siquiera (ni Leonardo, Rafael, Miguel Ángel, Durero, Velázquez, Rubens, Rembrandt, Goya, Monet, Cézanne o Picasso) a la larga sombra artística del pintor que, tras la Revolución de Octubre, impuso el suprematismo del color, en formas geométricas, a la Escuela Estatal de Arte de Moscú y a la Bauhaus de Weimar.
El prestigio de este artista era tan grande que cuando Stalin organizó en 1932 la exposición «Quince años de arte soviético», para hacer obligatorio el estilo oficial del «realismo socialista», se le reservó una sala especial, en lugar de mandarlo al Gulag junto con los demás modernistas. Alcanzó la fama con su óleo sin marco «Cuadrado negro sobre fondo blanco» (Museo de San Petersburgo) y le bastaron 20 años para conquistar el trono de la estética occidental en pintura, escultura, arquitectura, decoración, ilustración de libros, diseño industrial, fotografía artística y arte cinético.
El siglo XX terminó y el XXI empezó bajo los auspicios de ese estilo modernista, derivado del cubismo, que se llama «suprematismo». De cada tres obras de artistas vivos que ingresan en los museos, una es «suprematista».
Antonio García-Trevijano
Majas
Museo del Prado