viernes, 18 de noviembre de 2022

Ojana


Robert Michels

 

Ignacio Ruiz Quintano

Abc


    Para moverse en el Estado como por un cortijo, las dos patas de las elites españolas desde el 78 (el famoso “haraquiri franquista”, tan falso como el de la nobleza en la Revolución francesa) son partido socialista y partido popular. Los demás partidos sólo son pajes de escoba para completar el folclor del cortejo.


    La organización política de un país determina y configura su mentalidad colectiva: Jacob Burckhardt probó que las circunstancias políticas de la Italia renacentista generaron el nacimiento de la individualidad, así como las circunstancias políticas de la España transicionera han generado el imperio del descoco y la traición como virtud social.


    –Si uno alimenta al caballo con avena de sobra, algo acabará cayendo al camino para los gorriones –fue la metáfora del director de Presupuesto de Reagan, Stochman, para aliviar de impuestos a las elites.


    En España el caballo elitista es el partido socialista; el que limpia la cuadra, es el partido popular; y los demás son los gorriones. Todo ello garantizado por el sistema proporcional empotrado en el Estado (¡la avena!) por la gracia de la Constitución’78, cuyos constructores fueron los de la humorada de Swift citada por Schmitt: constructores de Constituciones que compensan tan cuidadosamente la organización del Estado como un arquitecto que compensa una casa de tal manera que un gorrión posado en ella (¿Conde-Pumpido?) bastará a romper el equilibrio y derribar el edificio.


    Con este panorama, los medios nos machacan con Macarena Olona, que grita que en Vox “no hay democracia interna”. Hay que superar el alipori que produce recordar esto: los partidos no pueden funcionar democráticamente, según la ley de hierro de la oligarquía, descubierta por Robert Michels (discípulo de Weber, quien, por cierto, despreciaba la Constitución de América, cuyos partidos son uniones de electores, sin vida orgánica). Si hay disciplina de partido, hay organización. Pero si la organización se democratiza, deja de existir. Las elites de todos los partidos (Vox es uno más, cosa que fingen ignorar los medios y Olona) son oligarquías que se renuevan por cooptación para vampirizar al Estado, que nunca puede ser democrático.


    Si Olona, abogada del Estado, ignora la teoría política hasta el punto de exigir “democracia interna” a los partidos, ¿qué le vamos a pedir a un periodista? “Sería ridículo que los periodistas, que no tenemos qué comer, tuviéramos convicciones”, decía Bonafoux.


    Un partido es una asociación voluntaria, y allá quien acepte sus normas: su vida interna es irrelevante para el ciudadano. Para poder tenerse por ciudadano, lo democrático debe ser, no el partido, sino el sistema político, y el español no lo es.


    Todo lo demás es “ojana” (charlatanería huera, chirle y hebén), palabra extraída del taurineo de uña larga por Joaquín Moeckel, que la ofreció, sin éxito, al académico y ganadero juanpedrero (“eliminando lo anterior”) Muñoz Machado, con la falta que hace.

 

[Viernes, 11 de Noviembre]