miércoles, 30 de junio de 2021

Mariano de Cávia, que no quería nada, salvo ser español en España



Caricatura de Cavia, obra de Tovar y publicada en Madrid Cómico


 ABC AL PASO

Un Estado con agujeros

MARIANO DE CÁVIA, EL MAESTRO QUE NO QUIERE NADA,
 SALVO QUE LO DEJEN SER ESPAÑOL EN ESPAÑA


 
 Ignacio Ruiz Quintano


Cávia, que firma con acento para que nadie pueda decirle roedor, pasa en Madrid por todos los periódicos, pero gana la inmortalidad en ABC (donde apenas deja un par de artículos) con el premio periodístico al que Luca de Tena pone su nombre. Si levantara la cabeza, se limitaría a soltar uno de sus “¿Hem?” de displicencia mientras cierra su mano derecha empujando el pulgar con el anular.
    
Cávia es el Galdós del artículo, aquél con criado y con secretario éste, aunque no dicen nada a los jóvenes estetas, como Ruano, que en Galdós ve un cigarrón averiado (“daba calor verlo”), y en Cávia, un cangrejo cocido.
    
Cuando fui a visitar a Cávia –recuerda Rubén Daríome llevó a un balcón, y señalándome uno de enfrente, me dijo: “Cada vez que me asomo veo allí una página de gran filosofía”. Y me explicó que allí se había dado muerte el pobre Larra.
    
Viste decente y limpio (“pero descuidado”) y, soltero y célibe, vive, como Camba, en un hotel, del que sale para comer tocinos de cielo bajo la estatua de Campoamor (“que le gustaban mucho”).
    
Lo más interesante de mi vida –dice a Carreteroes que no fui nada, que no soy nadie, ni tengo nada, ni lo tendré, ni lo quiero. Jamás he percibido aldehala, sueldo o gratificación del Estado. En política he sido sistemáticamente de la oposición, molestando al que manda.
    
Cávia, autor del histórico editorial programático de “El Sol” (España debe despojarse “todos los oropeles de la España oficial y todos los guiñapos de la España de pandereta”), es hoy subversivo (“El idioma nacional es tan sagrado como la bandera”), sin sitio en ningún periódico.
    
Alemania nos arrebata una isla asiática y detienen a Cávia en Sol porque ve golpear a unos jóvenes que vitorean a España y exclama: “¿¡Es que ya no se puede ser español en España!?”
    
No sabíamos –escribe– que eso constituyera delito. Estaba reservado al señor Cánovas que la gloria del grito de “¡Viva España!” fuera grito subversivo. El único grito que gusta al actual gobierno es “¡Viva Alemania!”
    
Satírico como Quevedo e irónico como Larra, lo pinta Natalio Rivas (“¡Natalico, colócanos a tos!”, es el grito que resume la Restauración), y acaba paralítico, sin sillón académico (“no me lo permiten mi modestia y mi soberbia”), pero puliendo el idioma (suya es la broma de imponer “balompié” para no decir “fútbol”) para evitar, entre otros, el crimen de confundir el Estado con la Nación, que él dice Patria:

    –El Estado es el continente. La Patria, el contenido. La Patria es el vino generoso. El Estado, el odre viejo, medio podrido y lleno de botanas por cuyos resquicios y agujeros se va escapando gota a gota, hilo a hilo, y aun chorro a chorro, toda la vida nacional.
 

 
"Es muy raro este sujeto. Yo no he podido hacerle más que una fotografía en mi vida, que, por cierto, es la única que de él hay: ésa del clavel y el cordoncito de los lentes" Pepe Campúa, fotógrafo (asesinado en el Madrid del 36)