Ignacio Ruiz Quintano
Ha de saberse que las cosas abandonadas a sí mismas tienden a embrollarse y no vuelen a ponerse en orden. Así lo establece la segunda ley de la termodinámica, cuyo conocimiento resulta imprescindible para rematar un córner, desfilar en una procesión o cruzar por un paso de cebra. Lo del paso de cebra lo dijo Alfonso Guerra cuando en España para llegar a tiempo a los toros había que ir en "Mystère", pero nadie le hizo caso, y ahora vienen los ayes.
Antes de la termodinámica, cruzar una calle se regía por la ley de la caballerosidad, que al final quedaba reducida a la más simple casuística. JulioTorri recoge un magnífico ejemplo en sus "Fantasías mexicanas": dos caballeros se encuentran en el angosto callejón de la Condesa y ninguno de los dos retrocede para que pase el otro. "Paso al noble señor don Juan de Padilla y Guzmán, Marqués de Santa Fe de Guardiola, Oidor de la Real Audiencia de México!", vocea el primero. "Paso a don Agustín de Echeverz y Subiza, Marqués de la Villa de San Miguel de Aguayo, cuyos antepasados guerrearon por su Majestad Cesárea en Hungría, Transilvania y Perpiñán!", repone el segundo. "Por mi bisabuelo me lo hube a don Manuel Ponce de León, el que sacó de la leonera el guante de doña Ana!", abunda el primero. "Mi tatarabuelo Garcilaso de la Vega rescató el Ave María del moro que la llevaba atada a la cola de su bridón!", insiste el segundo. Tres días con sus noches se suceden y aún están allí los linajudos caballeros, sin que ninguno ceda el paso al otro. Al cabo de estos tres días, y para que no sufra mancilla ninguno de ambos linajes, manda el Virrey que retrocedan al mismo tiempo, y el uno vuélvese hacia San Andrés, y el otro, por la calle del Puente de San Francisco. Mas la ciencia descubrió la termodinámica y latermodinámica nos trajo los semáforos, que han reducido al peatón a una expresión matemática, E=mc2, que indica que la energía es igual a la masa por el cuadrado de la velocidad de la luz verde, roja o ámbar, aunque, como comprenderán ustedes, esto viene a ser muy relativo. Para empezar, la masa no es una propiedad intrínseca de un cuerpo, sino que depende de su relación con el observador que la mide, que en un Estado de Derecho es el Ayuntamiento, constituido en árbitro de la prisa, origen, por cierto, de todos los conflictos.
La vida, según Ortega, consiste sobre todo en prisa, y no hay más remedio que escoger un programa de existencia, que en una ciudad como Madrid es esa prisa de alejarse de la oficina sólo comparable a la prisa de acercarse al bar. Dado que la masa de un cuerpo disminuye cuando emite energía y aumenta cuando la absorbe, es normal que, vistos desde afuera, los transeúntes madrileños parezcan bajitos, pero enérgicos, que quiere decir indignados, con una indignación tan absurda como la de Jerjes cuando castigó al Helesponto.
La controversia ya ha estallado en la capital, donde la velocidad peatonal para cruzar un semáforo es de 1,3 metros por segundo —frente a los 0,9 de Barcelona o los 0,7 de Vitoria—, que, bien mirado, no debe de diferir mucho de la empleada por los israelitas cuando atravesaron el Mar Rojo. En términos políticos, a la derecha, que va en coche porque está en el poder, le parece poco, pero a la izquierda, que va saltando a la coxcojita porque está en la oposición, le parece mucho. Mi opinión es que, cualquiera que logre cruzar el paseo de la Castellana desplazándose en esas geodésicas de espacio-tiempo marcadas por el Ayuntamiento, debe someterse a un control de dopaje.