jueves, 18 de mayo de 2017

El caos

Camille Paglia
(Photo by Mario Ruiz/The LIFE Images Collection/Getty Images)

Ignacio Ruiz Quintano
Abc

Cuando Bill Gates dijo que Donald Trump podría ser como John J. Kennedy no debía de estar pensando en la prensa.

Como (en su época y a su manera) Kennedy, Trump es un elefante en la cacharrería del establishment, un establishment sesentayochista y corrompido por tres administraciones atroces (Clinton, Bush Jr. y Obama), empeñadas en mantener sin guerra fría el negocio de la guerra fría.
No tienes idea de cuantísimos malos consejos he recibido en esos días –confiesa Kennedy a Galbraith hablando de la crisis de los misiles cubanos.
Todos los políticos, explica Galbraith, renuncian a alguna convicción personal en función de la necesidad política. El error común consiste, entonces, en que la necesidad de la concesión se convierte en creencia (lo políticamente rentable se convierte en verdad), y Kennedy hizo concesiones, pero mantuvo sus convicciones.

Trump no es un político profesional. Es un nacionalista porque pone a la Nación por delante del Estado, y hace que los socialdemócratas se desmayen como las marquesas de Serafín. Los “Tomahawk” contra Siria, tan aplaudidos por la prensa del realismo mágico, son una concesión de Trump, pero aún no sabemos si mantiene sus convicciones.

Camille Paglia, que no es precisamente Ann Coulter, declara que los demócratas están en connivencia con los medios de comunicación para crear el caos:

Quieren borrar completamente cualquier indicio de que la administración Trump está haciendo cualquier progreso en cualquier cosa.
El juego golpista de las “filtraciones” a la prensa mágica (con sus becarios “Dan Rather”) de los servicios secretos (con sus traidores comprados en los chinos) obedece a esa estrategia. De cada cual según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades. “Caos” es el pin. En Washington el juego va de que Putin le habría puesto el Despacho Oval a Trump, y en Madrid, de que Cifuentes le habría puesto una cafetería a Arturo. De Hillary se nos queda María Soraya, que también va de abogada.