sábado, 20 de mayo de 2017

La de la Prensa. Talavante firma su mejor faena (¡la faena!) en Madrid


Alejandro Talavante

José Ramón Márquez

Hoy Talavante (con un auténtico vestido rico de Fermín: corazones belmontinos y un bordado espectacular) hizo el toreo. El que nos gusta. Hoy Talavante planteó sin miramientos una faena sobria, justa y medida. Una faena hecha con una naturalidad sólo al alcance de los elegidos, con un planteamiento sólido e impecable. Ojito, que aquí no se habla de arte, que aquí estamos hablando de toreo, de lo que es dar a un toro la lidia justa, dejarlo preparado para la muerte y ejecutar de manera correcta la suerte suprema. Alejandro Talavante firmó hoy su mejor faena como matador de toros en Madrid, impresionante ejercicio de concisión, faena intensa con los pases justos, planteada principalmente en la mano izquierda, con unos pases de pecho de cartel de toros de los de antaño, teñida de una naturalidad prácticamente extinguida en el toreo de los últimos quince años, que puso a todo el mundo de acuerdo. Ahí se pudieron percibir retazos de aquel Talavante novillero, cuando Antonio Corbacho (qDg) le iniciaba en la senda del toreo, con una fuerte influencia de la época buena de José Tomás, en la verticalidad de su figura, en la unción -un recuerdo a Antonio Bienvenida- con la que interpreta el natural, ligando uno, dos, tres, cuatro y el de pecho. Talavante en esta tarde forma su faena de manera totalmente reunida en el tercio frente al tendido 7, donde él ha decidido torear, y allí en seguida descubre la calidad del toro por el pitón izquierdo y comienza su labor con cuatro naturales, un toque de atención, y luego sigue por esa mano cimentando su labor, se pasa la muleta a la derecha para dibujar el toreo en redondo pleno de oficio, de mando, de gusto, rematando con un impresionante cambio de mano en el que alarga la embestida del toro conduciéndola templadísimamente mucho más allá de lo que el más optimista pudiera esperar. Vuelta a la izquierda para firmar otra serie al natural contundente y gran final con dos pases mirando con descaro al tendido antes de perfilarse en corto y dejar un estoconazo desprendido de gran efectividad. Ni más ni menos: el toreo, que ahí hay de todo, desde darse cuenta inmediatamente de las condiciones del toro, pasando por la adecuada elección del terreno, el temple y el mando, la naturalidad y la profundidad, la concisión de la obra bien fundamentada, la forma maciza de una faena que se percibe como una unidad compacta y la estocada comprometida. Esto que antecede es lo que de verdad dio de sí la tarde, así que el que quiera ya puede dejar de leer, que lo que viene a continuación se pone sólo a efectos de que quede constancia.

Con cartel de “No hay billetes” se celebró la Corrida de la Prensa, corrida fuera del abono de la Feria del Isidro 2017. Hace lustros que no se veía un lleno en una de la Prensa y, puestos a buscar quién fue el que tiró de la taquilla, pensamos que ni el ganado lisarnasio del Puerto de San Lorenzo, ni Castella ni Javier Jiménez parecen capaces, por si mismos, de explicar el lleno y que acaso el responsable de la entrada fuese Talavante.

De los lisarnasios, de esa porquería que cría don Lorenzo Fraile, el del Puerto, pedíamos según íbamos para Las Ventas, que saliese dando bocados como los que echaron en la Feria de Otoño 2016, de grato recuerdo. Eso por supuesto no ocurrió. Más bien lo contrario porque lo que hoy salió por los chiqueros que atesora el veedor de la Empresa, don Florencio Fernández “Florito”, fue una corrida blanda, enana e impresentable para Madrid, que llevamos vistas unas cuantas decenas de toros puertunos como para saber que estos lisarnasios de hoy cuadraban de perlas con la línea “humanizadora” que propugna Donsimón el Plaza1, o sea chicos y bobos para no andarnos por las ramas. Por orden de aparición fueron expulsados de la Plaza el primero, que tenía más de flan Dhul que de toro, y el quinto que era una rata peluda lisarnasia. Los otros cuatro se quedaron en la Plaza lo mismo que se podían haber ido por donde vinieron. El primero bis, un sobrero de Buenavista, galopaba, humillaba y acudía pronto al cite; el segundo, de El Puerto, iba y venía sin mayor interés, como quien baja al estanco a por un paquete de Fortuna; el tercero fue blando y caedizo, toro de gelatina; el cuarto igual que el segundo pero con un calamocheo que demandaba un cencerro, tolón-tolón; el quinto de El Puerto al corral y en su lugar vimos la breve interinidad de una especie de vaca cinqueña esmirriada y cuesta arriba de Torrealta, a la que don Trinidad López-Pastor recetó jarabe verde para que saliese después como quinto tris un pupilo del Conde de Mayalde, Butanero, número 5, castaño listón, alto, manso, colaborador y de pronta y humillada embestida y, en fin, el último lisarnasio, como quien dice el último mohicano, que no pudo ir a clase el día que se explicó lo de embestir y él se quedó en lo de dar cabezazos y tirar derrotes. Eso es lo tocante al ganado, que si alguno se fija, lo que se salva más o menos de la tarde es precisamente lo que no era del Fraile: el Buenavista juampedrero de doña Clotilde y el del Conde de Mayalde, muy en línea de comportamiento con los novillos que mandó el pasado día 8, justo antes de comenzar la Feria.
Sebastián Castella, al que un cachondo de periodista con idiomas le puso “Le Coq”, lleva diecisiete años de matador de toros y el hombre no pasa de “coquelet”. Dice mi amigo Andrés que Castella pensó hace muchos una faena en una habitación de un hotel y desde entonces trata de hacérsela a todos los toros, la misma. Hoy por enésima vez volvió a lo mismo ignorando las condiciones del toro de Buenavista, Juguetón, número 45. A este toro lo brega Chacón con una suavidad y un mando de gran peón, descubriendo la manera óptima en que el bicho se mueve y toma el engaño, si acaso Castella se quería dar por enterado. Se la pone de largo y el toro galopa alegre al cite y a cambio recibe un trapazo en dirección al Abroñigal, y luego otro y después otro. Se ve que la faena de Castella no concibe pasarse el toro cerca cuando éste galopa, pero él se empeña como siempre en acortar las distancias, ahogar la embestida y pegarse el clásico arrimón, que si anduviese por aquí el añorado Palette le preguntaría cómo se dice “arrimón” en francés. Y entre el arrimón y el oficio que atesora para echar afuera al bicho, se hincha a trapazos y le tocan un aviso antes de haberse perfilado a matar y luego otro más. Iba vestido de malva y oro con cabos blancos, muy Antoñete, precisamente ahora que el tertuliano Amón anda promoviendo un club de ópera y de corte cosmopolita con el nombre del torero del mechón. En el cuarto, que se llevó más capotazos que los que se pegan en una capea, nadie le hizo caso y se limitó a tirar líneas con un distanciamiento y una frialdad que llegaban al tendido.

Javier Jiménez sólo pudo matar a su primero, pues el segundo le prendió y le sacudió dos cornadas que le llevaron en volandas al hule de Padrós. Era el que mató, el tercero, chico y distraído, un lisarnasio en un imposible tipo Contreras, de lengua blanquísima, que al tercer pase de muleta besó el suelo, rememorando los 30 segundos que le duró Marvis Frazier a Mike Tyson. Con esa prenda Javier Jiménez abusó del pico y no mentimos que alargó en demasía su labor poniéndose un poco pesado. En su segundo fue cogido en los primeros compases de la faena en la que, más que contra el toro, estaba obligado a luchar contra lo que había hecho Talavante en el toro precedente. A este lo mató Castella eficazmente por arriba.
Talavante, ya lo dijimos, vino vestido con un rico vestido de Fermín, negro y oro. En el quinto fue Alejandro Talavante, pero en el segundo era simplemente Tala, el camaleón. En este caso presentó su versión de Castella, al que acababa de ver. Se sacó al tercio al torete y planteó allí, y luego en los medios, un trasteo tan frío como aseado y, aunque tiró de oficio, no pudo evitar bastantes enganchones que deslucieron su muleteo ya de por sí poco lucido, con el que no fue capaz de arrancar del respetable un solo ole. La gloria le esperaba en el quinto, pero a esas alturas de la tarde nadie lo sabía.

Al fin vieron torear