miércoles, 31 de mayo de 2017

Decimoséptima de Feria. La empresa de Madrid declara fuera de la ley las palmas de tango en la Plaza


EL COSMOPOLITISMO ERA FRANQUISMO 
Extraño individuo vestido de azul que, haciéndose pasar por inspector de Nautalia
 (se negó a documentar su identidad), conmina por la fuerza a un abonado a no tocar palmas

José Ramón Márquez

Segunda y última novillada de la Feria del Isidro 2017 en este martes, “ni te cases ni te embarques en ir a torear a Las Ventas si no vas con algo que contar”. Esta sentencia debería figurar en el dintel de la entrada de todas las escuelas taurinas del mundo como recordatorio de que lo único que realmente sirve para abrirse camino es, como decía aquél, tener una verdad que decir y decirla. Hablamos de la tediosa uniformidad de la hora presente entre los que quieren llegar a algo en el toreo, de la más pasmosa uniformidad que los siglos taurómacos han visto, de todos esos novilleros llevados entre algodones, que no se han curtido con ganado de respeto, rodeados por enjambres de jaleadores profesionales que les ríen todas sus monerías, y que dicen atisbar en ellos, casi siempre mientras dure la pasta (lana en Méjico), los inequívocos signos del arte y del gusto que los llevarán al triunfo. Eso es lo que ellos se imaginan o dicen ver: un Taj Mahal. Y lo que en realidad hay es una urbanización  de chalets adosados: lo que se ve es la calle de Santa Pola en Arroyomolinos, una pesadilla de casitas todas iguales, el tejadito, la chimenea, la puertecita y la del garaje, la escalerilla, el ladrillo… todo igual, deprimentemente igual; y luego el minúsculo esfuerzo de cada cual por individualizarse: el que pone unos enanos de piedra artificial, el que planta una arizónica o el que cierra el porche con alumino blanco y cristalitos. Lo esencial es lo mismo y lo individual casi también. He ahí el toreo de los jóvenes y de los ya no tan jóvenes: el inicio por pedresinas, las que sean, el cite fuera de cacho, el redondo de rotonda, el pico de la muleta para el cite, las carreritas para recolocarse, los pasitos de las muñecas de Famosa arastrando los pies, el obligado, el final por bernardas, el sartenazo. Con esos mimbres y un  toro que sea lo suficientemente tonto como para tragarse esa estomagante tauromaquia, con las adecuadas dotes de afectación que muchos tomarán por arte, con el temple para que el bicho no tropiece la muleta y la habilidad para ir ligando las series, no importa desde dónde venga el animal ni a dónde vaya, ya está liada la cosa y los triunfos manan por sí mismos. He ahí la auténtica radiografía de lo que a día de hoy es el toreo que viene, heredero directísimo del que hay. Y he ahí la explicación de esta tarde de martes en la que no sabemos a santo de qué se embarcaron Leo Valadez, Diego Carretero y Andy Younes, de Arlés, nuevo en esta Plaza.

Quitando al francés y al ganado, el resto del cartel era el mismo que la primera corrida de la historia de Plaza1. Para hoy prefirieron traer, mejor que los novillos de Ymbro que tan interesante juego dieron, un saldo de Montealto, divisa encarnada y verde en todos los sitios, colores de Miura pero sin nada que ver, que donde Miura pone una A con asas Montecillo pone la M de Montes y la D de Díaz, y el nombre del amo ya te lo he dicho. Montecillo puso su M y su D a seis novillejos absolutamente indignos de la Plaza Monumental, con sospechas más que manifiestas de manipulación en las astas, birriosos y descastados, cuyo remate final fue el sexto, un castaño listón llamado Brasileño, número 48, que era un novillo de plaza de talanqueras con misses en la presidencia, de cuerna acapachada y roma, un auténtico insulto a Las Ventas y a los que con su entrada en la mano se creyeron que donde anunciaron “novillada” se referían a una novillada con la seriedad y el trapío que la Plaza demanda. Con esta corrida de hoy Donsimón continúa bajando escalones cada día en lo tocante a la ganadería, en una espiral descendente que no sabemos dónde conducirá, aunque todo apunta a que a ningún sitio bueno.

Podríamos seguir glosando la ruina ganadera que, amparada por el acuerdo de la Junta Directiva de la Unión de Criadores de Toros de Lidia, pertenece al grupo primero de dicha Unión, pero no merece la pena acaso detenerse en ella mucho más puesto que esta birria es la que los mentores de los tres toreritos de esta tarde más podían desear para sus protegidos, puesta su esperanza en que saliesen algunos con la innata bobería que es propia del encaste bodeguero para propiciar las idas y venidas que dan lugar al corte de orejas, que es el auténtico fin del tinglado entero, no lo del toreo que eso ya a casi nadie le importa. Y en el pecado llevaron la penitencia, porque el primero sacó suficiente memez para que Valadez, el hidrocálido afincado en Guadalajara, explicase lo que tenía que contar, si acaso hubiese tenido algo que contar y el quinto, Tremendo, número 15, lo mismo pero con Diego Carretero.

Valadez es el producto de una institución llamada Centro Internacional de Tauromaquia y Alto rendimiento (CITAR). Lleva en España desde que le salieron las muelas y tiene a su vera a un simpático eclesiástico alcarreño que trata de poner a Dios de su parte. En esta tarde practicó lo mismo que en la de su presentación en Madrid: la cosa del toreo de rodillas que, como es bien sabido de manera empírica, da mejores resultados ante el público que el que se hace de pie y el espantoso birlibirloque de capote o engañabobos que inventó Julián de San Blas, las llamadas Lopecinas, en versión quitándose. Luego se ve que las plegarias del tonsurado o la mediación de Santa Rita de Casia no han sido aún lo efectivas que se espera, porque el hidrocálido presentó en sus dos novillos unas maneras ventajistas, faltas de verdad, que de verdad no merece entrar en más detalles porque cuando agarró la muleta con la mano derecha, las veces que el animal no le tropezó el retal encarnado, pegó unos trapazos de mucha intensidad y de gran proyección si los hubiese dado en Becerril de la Sierra o en Becerril de Campos, pero que en Madrid se quedaban en ná de ná. La verdad es que si echamos cuentas del tiempo que llevará este muchacho preparándose, la tira de años, y lo poco interesante de sus dos propuestas, la del toro más potable y la del algo más dificultoso, nos imaginamos su camino algo cuesta arriba, aunque como bien le tendrá dicho el páter: “desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo volveré allí” (Job, 1. 21)

Diego Carretero consiguió en la primera corrida de la temporada una oreja de esas, tan buscadas como un corazón de oro, a base de recibir un tantarantán que igual impresiona a los públicos que ablanda la dureza de los juicios y acaso pensó que lo mismo le podía volver a salir la cosa por segunda vez. Igual que el gran César Rincón a base de toreo del óptimo creó su imbatible leyenda, este chico pensó en que aunque no había toreado ni poco ni mucho, si arriesgaba su físico en unas innecesarias bernardinas en las que daba la impresión de que lo que buscaba, de manera poco sensata, era el atropello, lo mismo le sonaba la flauta por segunda vez. En la segunda Bernarda se dejó ver de una manera ostensible y el novillo, que no era un demonio sediento de sangre ni mucho menos, hizo por él zarandeándole y destrozándole la taleguilla, que lo dejó como un Ecce Homo. Por cierto que el chico venía vestido como el soldadito que sale en la botella de ginebra Beefeater y, si acaso llegase a leer esto y admite un consejo, ya podía aprovechar el destrozo para tirar el vestido. La faena a su primero es de ésas en las que te gustaría estar al lado del torero para preguntarle si le falta mucho para acabar. La de su segundo la empezó con el cartucho del pescado, pero el toro desbarató el lance, al llevarse el cartucho y el pescado. Por no dar ni una, ni siquiera gustó la manera del chico de agarrar la muleta. Se medio quiso poner al principio pero al no gestionar los muletazos rápidamente perdió el sitio y la concentración.

Y el francés, que hoy día de San Fernando, día de su presentación en Madrid era el día de su onomástica: veinte años justos, “que veinte años no es nada / qué febril la mirada/errante en las sombras / te busca y te nombra”. Aquí se nos vino el bueno de Andy Younes, espigado torero, con sus modos algo amanerados de aficionado práctico aventajado, con muy poquito que decir y con apenas ganas de decirlo. Su inicio al primero, con tres pases cambiados por detrás y uno del desprecio, fue lo mejor de su actuación. El resto estuvo marcado por las mismas trazas de sus compañeros de cartel, los tres se habían comprado los chalets adosados el uno junto al otro y dado la impresión de que nadie que pase por su calle se fijará en ninguno de ellos, me temo.

Morenito de Arlés puso un excelente segundo par al tercero, Rápido, número 3. Lo más torero de la tarde.

Cuando estaban picando al segundo, se presentó en la Andanada un señor vestido con americana azul y equipado con un walkie-talkie amarillo, sin acreditación ni identificación alguna, a estorbar a un espectador que manifestaba su opinión, aludiendo a no sé qué sobre el respeto. El hombre anónimo de americana azul, esa especie de institutriz de Donsimón, demandaba respeto a los que llevan sentados en la sucia piedra la Feria entera recibiendo la afrenta diaria, por parte de la Empresa, de dar unas corridas impresentables y de tener la Plaza hecha un muladar. El mínimo respeto que se niega al aficionado que se deja sus cuartos en la taquilla, lo demanda un empleado de Donsimón porque sí y para su interés: un insignificante señor de americana azul con un walkie-talkie amarillo a quien nadie dio vela en el entierro. Podía haber sido peor. Mientras no suba Curro Vázquez, bien vamos.

¿A quién defiende la Autoridad?

La Andanada

La hora

 Auctoritas y Potestas

 Paseo

Novillero en su jardín

 La mula parda de los benhures
Sin sardina la foca no trabaja

 Las mulas orejisanas de los benhures