sábado, 27 de mayo de 2017

Decimocuarta de Feria. Madrid, Castella famoso, con toros (¿o toras?) de Jandilla, qué merendilla, y un titista* en el Palco

Rosetón venteño

José Ramón Márquez

Hoy atravesamos, como dijo aquél cursi, el ecuador de la Feria. Llevamos catorce corridas, contando la de la Prensa, y nos quedan otras catorce. Si acaso queremos echar la vista atrás es como para quedarnos como la señora de Lot, visto el páramo tras ochenta y cuatro toros que llevamos y no sé cuántos toreros. Cómo será la cosa que el empresario Donsimón hace ya ni sé los días que no asoma por su burladero donde tiene de mandadero al rubio Curro Vázquez, aficionado práctico al jiu-jitsu y admirador de la cosa cosmopolita. El resumen de mi Feria hasta hoy es breve y conciso: la corrida de La Quinta, el toro Acobardado, número 46, de El Montecillo, sobrero en la corrida de Parladé, el espeluznante segundo par de banderillas de Ángel Otero al Carapuerco de El Pilar y la estocada de ayer mismo de Álvaro Lorenzo a su segundo. He ahí lo que nos ha impresionado, lo imborrable y, fuera de Feria, la faena de Talavante al del Conde de Mayalde. La verdad es que no es mala cosecha. Bueno, todo eso que se ha dicho y, además, el buen rato que echamos cada tarde en la Plaza, que eso ya no nos lo quita nadie tampoco.

La tarde de hoy guardaba su sorpresa: si ayer la propuesta juliana no acabó de entusiasmar al público, por lo que parece, dado que no se llegó a colgar en la taquilla el cartel que dice “No hay billetes”, para que se lo apunten bien los que dicen que Julián mueve taquillas cuando lo que de verdad él mueve es “plumillas”, y resulta que hoy  colgó dicho cartel Francisco Rivera, Paquirri II, que venía a despedirse de Las Ventas, donde lo que tiene hecho de interés fue hace tanto tiempo que ya casi nadie de los que se sientan en los tendidos se acuerda de ello. A las siete y cinco minutos salió Paquirri II con la montera calada a ponerse en procesión tras de don Carmelo Caballero y otro señor cuyo nombre ignoramos, pues el que anuncia el programa como alguacil, don Álvaro López se encuentra convaleciente y desde aquí hacemos votos por su pronta recuperación. Así pues, Paquirri II, Sebastián Castella y López Simón se pusieron tras don Carmelo y el Jinete Anónimo y atravesaron el ruedo en romería, que la cosa iba a empezar. En las jaulas de Florito estaban metidos desde por la mañana cinco toros de Jandilla, que es ganadería muy larga y con multiplicidad de productos; toros bodegueros, como es bien sabido, propiedad de don Borja Domecq, y de remiendo un primo hermano de Vegahermosa. De los seis, por no sé qué lio, que se confundieron en la ganadería tengo entendido, cuatro llevaban nombre de vaca; Chillista, número 93, el primero; Hebrea, número 94, el segundo; Investigadora, número 31, el cuarto y Hojeadora, número 69, el quinto.  Hay que decir que el ronrroneo que se percibía antes de entrar era el de dar a esta corrida como triunfadora de la Feria. Para tal fin en el palco se sentó don Gonzalo Julián de Villa Parro, dado que la Delegación del Gobierno decide que ese señor puede acoplar sus posaderas ahí.

Paquirri II, torero de dinastía larga y fecunda, sobre todo en sus orígenes, fue iniciado en el toreo por su abuelo, Antonio Ordóñez, que si por un milagro reapareciese mañana, acababa con el cuadro. Ahora emula a Lagartijo el Grande en lo de ir haciendo una temporada de despedidas, “pasar la gorra por los pueblos” en feliz hallazgo de Frascuelo, que viene estupendamente en lo económico para encarar el futuro. Hoy, en el día de su adiós revivimos la primera vez que le vimos torear, hace veinte años, en la inauguración de La Cubierta en Leganés con José Miguel Arroyo y Ponce, con toros de Domingo Hernández, y la tarde de su confirmación, con los mismos y toros de Samuel, con aquel inolvidable tercio de quites en que padrino y testigo se enzarzaron como dos gallos ante la estupefacta mirada del neófito. Antiguallas. Hoy trajo a Las Ventas la evocación de su padre en sus hechuras, en su manera de caminar, en algún gesto y, por dinastía, en los ademanes que vienen de la excelente crianza de un torero a quien la gente del toro le rodea por todas partes, desde niño, educado en el seno de una potentísima y centenaria dinastía taurina. Baste con eso para dejar reseñado a Francisco Rivera, que a estas alturas da lo mismo si dio un natural de más o se cruzó un poco menos. Su último toro en Madrid, Investigadora, fue un bicharraco cornipaso, manso y fuera de tipo, más en Margarita Salas que en Juampedro, al que Paquirri II despenó con una estocada rinconera, en justo  homenaje a su abuelo.

Castella venía como una moto. Tras sus fracasos en Sevilla y el de hace unos días en Madrid se ve que el hombre no quería dejar pasar la oportunidad de dar un golpe en la mesa reafirmando su validez para seguir en la parte alta del escalafón. Nos vamos a detener un poco en su toro, Hebrea, que es toro de hechuras acorde a su origen en el que en seguida se aprecia la calidad de su embestida y su falta de fuerzas. El animal es presto en acudir al caballo, las dos veces desde la media distancia, las dos veces recibiendo un picotazo meramente señalado. López Simón le hace su quite y lo tira al suelo por dos veces; luego el animal es alegre en banderillas, siguiendo a los peones. Si sería bien mandado que hasta cuando Viotti se lo lleva a una mano al burladero del 6 el bicho va como el que entra por la alfombra roja del Festival de Cannes. En la muleta, Hebrea es el prototipo del toro tonto tan del gusto del público de nuestros días: ni una mala acción, ni una mirada fuera de lugar, acude a los cites como vas al pescadero cuando te toca tu número, toro de una nobleza más bovina que brava, perfecto para eso que dicen de “estar a gusto con el toro”, porque cualquier condición relacionada con la fiereza o la personalidad simplemente no existía. Era este Hebrea de la misma condición que los que siguieron a Moisés camino de Canaán, siendo en este caso Castella quien hacía el papel del profeta. Y la buena nueva de este profeta no fue la de liberar al toreo de esa abrumadora uniformidad de modos y formas que lo asfixia, que el toreo de nuestros días es como esas colonias de chaletitos adosados todos tan insoportablemente iguales, sino la de aplicar las formas del toreo moderno al toro moderno. Castella se plantó a dar muletazos templados y ligados aprovechando a su favor las óptimas condiciones del toro para eso, y ya que los públicos demandan temple y ligazón, pensando que eso es el toreo, Castella a pachas con Hebrea dio todo el temple y la ligazón que su entendimiento fue capaz de dar. Comenzó con la canónica pedresina, siguió con una templada y ligada serie por las afueras, rematada con los adornos canónicos, otra menos ligada también bien despegada en la que tiene que recurrir a las carreritas de reposicionamiento y en la que hace un gran cambio de mano, otra serie por la izquierda algo torpona y trompicada, otra de redondos fueracacho, como la primera, rematada con estéticos adornos… las gentes disfrutan de lo lindo y el torero también, tanto que tira la muleta con lo que el suelo está regado por una montera boca abajo, un par de zapatilla y una muleta. Faena de muchos pases y muy poco toreo, en suma, en la que da un total de tres cambios de mano. Se queda en la cara al matar, cobra media estocada trasera y no se arriesga a fallar con el verduguillo por lo que deja junto a las tablas del 5 a Hebrea a que se muera cuando le venga en gana. Luego, la petición, los benhures de la mula dando un rodeo a 2 por hora y la oreja y, sorpresivamente, el pañuelo azul de la vuelta al ruedo al Hebrea, el señor de Villa Pardo sabrá por qué, pues esa vuelta no fue pedida por absolutamente nadie en la Plaza.

Su segundo era otro cantar. Primero salió Hojeadora, castaño, al que se protestó algo por blando. Luego, cuando ya sin protesta alguna, la afición se resignaba con el toro, después de haberlo picoteado y de tres pares de banderillas sin haberse caído, el señor de Villa Pardo le sacó el pañuelo verde, pedido por nadie en la Plaza, él sabrá por qué. Salió León, número 39, de Salvador Domecq y ahí la cosa cambió: el toro no era un leviatán, pero no regalaba las embestidas, había que torear, poderle, dar ordeno y mando y ahí anduvo Castella mostrando su cara de impotencia y de ver que, hoy como ayer, la puertecilla grande del 1+1 se difuminaba en lontananza. No le salió nada de lo que ensayó y suplió su falta de recursos con su conocida táctica del arrimón, demostró de nuevo que se entiende mejor con la derecha que con la izquierda e incluso dio un invertido. Está claro que el toro con algo de problemas no es para él.

Y López Simón con su cerro de olvidadas Puertas Grandes de Madrid, que ya las quisiera el Juli para él, sigue en su línea en su particular descenso a los infiernos. Va acompañado de una buena cuadrilla. Ángel Rivas agarró un soberbio puyazo a su segundo, Decano, número 69,  en su segunda entrada y en ese mismo toro Vicente Osuna y Arruga parearon con soltura y facilidad de buenos peones. Parece que los públicos hayan dado la espalda a López Simón y que lo que antes le era fácil ahora se le vuelve arduo. A su primero le planteó una faena basada en los mismos principios que la de Castella, a la que nadie hizo caso. En su segundo, que obligaba a tener que trabajar un poco, dio menos la cara y las gentes siguieron desentendidas de él. Da para poco más lo de Barajitas hoy en Madrid.

Al irse Paquirri II le despiden unos destemplados, agrios e innecesarios pitos, nítida expresión de ese odio social español que no tiene que ver con los toros, que está incrustado en el ADN nacional desde el Antiguo Régimen. Así somos y en los toros se nos conoce perfectamente.
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*Que practica la autogestión (hacer lo que a uno se le pone en los compañones) de Tito, el Juan Palomo del socialismo