jueves, 23 de marzo de 2017

La felicidad

Jeromín


Ignacio Ruiz Quintano
Abc

Según las encuestas de la Onu, los países más felices son los nórdicos, que, vistos desde España, nos parecen de rumiantes.

El Norte, señores, rebosa de aquella dicha franciscana que, pintada por Santayana, consiste en que, en una borrascosa noche invernal, que allí dura media vida, luego de un largo viaje, le cierren a uno en la cara la puerta de un convento en medio de un coro de refunfuños, amenazas y maldiciones.
Ya lo dice un curita holandés de los de Bruselas, Jeroen Dijsselbloem (para nosotros, Jeromín), presidente del Eurogrupo, que no es curato pequeño:

El Sur se lo gasta en copas y mujeres.
Sin salirnos de Santayana, la ética de Jeromín es una física sentimental que le hace creer que la felicidad es producto del trabajo y que la libertad se sustenta en actividades obligatorias, correctamente ejecutadas.

No, Jeromín: eso de las copas y las mujeres sería antes, cuando teníamos hijos, que lo uno llevaba a lo otro, y lo otro, miren a dónde. Miren a ese ministro del Interior francés obligado a dimitir por haber colocado a sus chiquillas. ¿Cómo no entenderle? Aquí, cuando se puso de moda la corrupción, muchos aguantaron como San Antonios el primer envite, el del dinero de bolsillo, pero en cuanto los chiquillos crecieron y hubo que colocarlos sucumbieron todos.
Hoy, sin hijos, nos lo dejamos todo en coches y perros, únicos gastos que no nos duelen, o al menos yo no he visto a nadie porfiar por una factura con el mecánico o el veterinario. La alcaldesa de Madrid, que es una lechuza fijándose, lo vio en seguida, y va a extender la socaliña del estacionamiento a la noche y los festivos. De hecho, aquí ya nadie te pide para comer (¡el comunismo municipal cerró todas las bocas!), para el bus o para el metro; todo el mundo te pide… para el parquímetro, que ya es la principal unidad de mansedumbre del tonto contemporáneo, feliz con su socialdemocracia de prozac donde todo (Jeromín en Bruselas, el Seat León en Zona Azul) está en orden.