jueves, 2 de marzo de 2017

Un discurso (bastante) histórico



Hughes
Abc

El discurso de Trump ante el Congreso ha sorprendido. El Dow Jones ha escalado mucho. Pero una vez escuchado, tampoco dista mucho de sus discursos electorales. Sucede, claro, que está adornado de otros atributos. Que no está llamado a capturar el voto (en magnitudes históricas), sino a una labor institucional de unidad. ¿Pero acaso no era eso de esperar? ¿Es tan cretina la gente que esperaba la perpetuación de su modo polémico?

(Sobre lo de cómo es la gente, dejemos la pregunta suspendida).

Pero en lo que afecta a la sensibilidad imperante, la digamos, superficialidad histérica que en España hace las veces de ideología, hubo cambios. No habló de México. Hizo referencias llena de piedad asistencial hacia los niños, las mujeres, las mujeres negras, los afroamericanos y latinos. Condenó el antisemitismo, llamó a la colaboracion contra el ISIS a los aliados musulmanes, etc. El discurso xenófobo de Trump no tocó su techo con México, sino con los musulmanes en campaña electoral. Pero eso fue borrado a las pocas horas. La cuestión musulmana aquí no escandalizó (porque vivimos en un clima cercano a la islamofobia) hasta la orden ejecutiva (¿qué se fizo de aquel apocalipsis?).

Por ejemplo, estuvo atento y caballeroso con las mujeres. Con su First Lady, pero luego con los ejemplos de ciudadanos invitados. Casi todas eran mujeres, mujeres o un señor negro, padre de un asesinado por ilegal (al que llamó su amigo). Ahí estaban: mujeres reales, mujeres negras, señores negros, palabras bonitas… Eso está al alcance de cualquiera. La gran proeza intelectual de Obama, el señor que hablaba en austriaco, está al alcance de cualquiera.

En términos económicos, Trump consiguió emociones reales con muchas menos palabras. Volvió (lo siento) la emoción trumpiana de antes de la votación. Ahí están las encuestas para verlo. Pero ahora, por respeto al escenario, la audiencia, y el papel, no había excesos. Es decir, que no hay campos de concentración, ni es Hitler, ni bombardea países en noches de insomnio (“Trump amenaza a medio mundo”, dijo ayer Ferreras) y mantiene el respeto institucional… ¿Qué nos queda entonces por temer?

Se lo digo: el desastre económico. Eso empezarán a proclamar. Hemos pasado de “Trump es Hitler” a “Trump es un caos”, y lo siguiente quizás será “Trump es un desastre para la economía”. O “Trump es inconsistente”. Es decir, críticas ya asumibles y que no le expulsan a una del género humano.

Porque lo económico es algo importante, algo digno de observar en la medida en que puede conseguir la primera respuesta seria a la globalización que no proviene de la izquierda. El 11S fue en el World Trade Center, y es ahora cuando adquiere sentido todo el simbolismo un atentado en el centro del comercio mundial. En cierto modo, Trump es la respuesta al 11S. Es como si la respuesta real al 11S fuera Trump. Lo que siguió fue merma de libertad por seguridad, poderes excepcionales, imperialismo con excusa y la expansión preventiva de la democracia. Pues eso acaba con Trump. Es como si lo anterior hubiera sido una onda expansiva del 11S y el primer efecto, el primer cambio real fuera Trump. A eso y a a la crisis financiera volviendo a la realidad del puesto de trabajo, del currito, el currante retoma su papel en la historia.

Iré por partes y desordenadamente por las prisas (perdonen). Al hablar de su política internacional, y además de las honras y honores al ejército y los veteranos, fue claro: respeto a la OTAN, pero que cada cual pague su parte. El dinero está entrando, pareció decir. Y algo importante: respetaremos los derechos de las restantes naciones, y el derecho a seguir su propio camino (respeto a su modo cultural ideológico, y ahí entra el respeto a Rusia y su mundo cultural, por ejemplo) para rematar, a continuación, con esa frase de camiseta: “Mi trabajo es representar a Estados Unidos, no al mundo”.
No disolver EEUU en una entropía mundial, no parecerse al mundo y que el mundo se parezca a ellos, sino preservarse.

Sonó todo, en general, a repliegue ma non troppo, a algo intermedio entre la alianza de internacionalización progre de los demócratas con los halcones neocons, y el aislacionismo absoluto. Aquí se percibió una salida moderada por el momento. Pero el mensaje se reforzó cuando muy cerca de la parte económica del discurso aludió al desastre de la política exterior: desastre político-humanitario, y desastre económico. Impugna dos cosas del orden mundial: la política anterior, invasiva, y el globalismo cultural y comercial. Hizo hincapié en el segundo. Estados Unidos tiene un déficit comercial global, recordó, y habló de los grandes acuerdos que debe renegociar, pero al hacerlo partió del análisis de la situación actual de su economía, sobre la base de un trasfondo social (habló de los necesitados, del círculo de pobreza). La mirada populista es, desde el inicio, una mirada social: desempleo, desastre en manufacturas, minería, ruinas sectoriales y las drogas, a las que dedicó un tiempo considerable. Esa parte de su discurso parece una canción de Bruce Springsteen.

Hablaba el otro día de nacionalismo económico. Hubo varias cosas en el discurso: una fue la promesa del Plan de Infraestructuras millonario. Grandes infraestructuras, grandes autopistas. No son infraestructuras, las llama Reconstrucción. Citó el antecedente republicano de Eisenhower. Esto tiene una vertiente rooseveltiana, de New Deal, evidente. Es un poco de keynesianismo, supongo. Porque lo de Trump, con escasa coquetería ideológicas, es sincrético. Es un gran pragmatismo el suyo. Junto a eso, el proteccionismo. Está en Hamilton, pero Trump se fue a citar a Lincol, nada menos. El objetivo se proclama sin rubor: proteger al trabajador americano. Prometió que a las empresas les costaría salir del país, y, para compensar esta medida antieconómica, inmediatamente veló por su competitividad: bajaremos los impuestos para hacerlas competitivas. Este rápido matiz se agradeció porque se percibió, por fin, un intento de racionalidad y consistencia económica.

Se habla del trabajador americano y se considera el trabajo como una institución fundamental. Pedir trabajo no es pedir demasiado. También lo recordó cuando habló de la infancia, lo que un niño podría esperar: un entorno seguro, una escuela y un trabajo en el futuro. Parecía estar reformulando aquello que debe proveer un estado: seguridad, educación básica, respeto a la libertad y… un trabajo. O mejor dicho: la posibilidad de obtener un trabajo. No dar subsidio, ni ayudas, dar trabajo. “Del welfare al trabajo”. (Estados Unidos se aleja del modelo europeo y es devuelta a los raíles de su propia historia por Trump, el político de mayor talla en muchas décadas.)

Es decir, que es un populismo desde la ausencia de trabajo y hacia el trabajo. Que se basa en unos datos reales (ahí están para quien quiera verlos) y se traduce en una batería de medidas de todo tipo.

La palabra trabajo está en todo Trump. “Job done” es el objetivo, el práctico ideal; “my job” es la medida de su providencialismo, y “american jobs” es el oro a conseguir, lo que espera el votante.

En un momento dado, Trump defendió el free trade, pero matizado de “fair trade”. ¿No era introducir un criterio de justicia en el liberalismo? Es interesante lo que tiene Trump de corrección de la globalización, de paliativo de sus efectos a corto plazo. En relación con el nacionalismo económico hubo más cosas. Rompieron a aplaudir con la promesa de “american jobs”. Y era casi emocionante su alusión al “american steel”. Comprar americano, contratar americano.
Verbos económicos con el adjetivo patriótico detrás.

Algunas cosas que despertaron mi perezosa atención fueron las siguientes:

Trump dio un mensaje de unidad. Lo repitió varias veces. Entre partidos y más allá, superando la estrategia de fragmentación identitaria de Obama. Lo hizo al referirse a la seguridad y a la violencia en las calles, pero también al final, con una fórmula ya usada en su discurso de toma de posesión: diferentes razas, mismo color de nuestra sangre. E (imposible evitar el redoble nacionalista), misma bandera, mismo Dios. ¿Pero es nacionalismo o patriotismo?

Deberíamos revisar qué se entiende por nacionalismo en Estados Unidos, porque no es el mismo nacionalismo europeo, y mucho menos el europeo de hace un siglo (pero doctores tiene la prensa…)
La diversidad la asume Trump, pero no es el objetivo. La diversidad la asume y la respeta, pero la matiza en un mismo color (la sangre), la reduce a unidad patriótica y nacional, y la envuelve en la bandera. Obama era nación para la diversidad. En Trump es al revés.

Trump respaldó a la policía que Obama culpó, y señaló como prioridad nacional corregir las cifras de criminalidad (otro récord de la herencia del swingueante genio presidencial). Trump dio dos argumentos a favor de su política inmigratoria. Uno económico, (¡y tiene su razón!)): fortaleciendo las fronteras se ahorra dinero. ¿O no es más fácil eso que las deportaciones masivas de Obama? El otro es legal: ¿acaso no tiene la obligación de devolver la integridad y legalidad a sus fronteras? ¿Por qué hay que tolerar la porosidad?

Esto es insistente y maniático, pero… parece poca cosa para mantener el fervor de cierto votante. Pensemos en qué ha quedado todo, en qué ha quedado el inicial mensaje antimusulmán. En cumplir con una estricta legalidad en frontera y en machacar al ISIS.

Y volvió a homenajear a Scalia, con su viuda presente. “Defenderemos la Constitución”. ¿No se ve lo que de batalla fundamental, histórica, tiene la preservación del texto constitucional y su entendimiento? Es uno de los fundamentales pilares ideológicos del trumpismo.

Neoproteccionismo, radicalismo hamiltoniano, originalismo, y un patriotismo unitario que reunifica la diversidad, y le habla a la familia “de todo color y credo”. Una hercúlea labor de mezclar gotas de tradicionalismo en plena globalización, de interrumpir o reajustar las redes imparables del internacionalismo para asegurar algunos fundamentos. Mezcla Silicon Valley con el misticismo de los Founding Fathers. En el tiempo de mayor aceleración y aceleracionismo, un tsunami obrero, real, populista entreverado de tradicionalismo. Es una labor titánica. Titánica fue la victoria electoral y titánico será esa corrección de la globalización e incluso del globalismo.

Habló de valores americanos en una ocasión, y de libertad. Y tuvo un par de momentos poéticos. “Una nación de milagros”, cuando apelaba a la reconstrucción del espíritu americano; o cuando proclamó el final del “pensar pequeño”, la misión, la visión; o cuando al recordar el centenario nacional mencionó los ingenios e inventos americanos como una apelación final a la creatividad tecnológica y al esfuerzo y la fe individual. Porque se dirigió a las familias y acabó hablando al individuo.

El discurso fue unitario, respetuoso y sólo puede ser criticado ideológicamente o por futuros problemas de consistencia. ¿Se cumplirá todo esto? Ya, eso es política, acuerdos o desacuerdos, posibilismo, miserias y aritmética, nada excepcional. Es una partitura nueva que suena a otra cosa (a mí me suena a veces a Barber, o a Waxman, o a la BSO de Sin Perdón). Pero es legítima, y responde a necesidades de este tiempo, ataca algo actual, está instada por una mayoría democrática y es imaginativa y emocionante, contagiosa.