lunes, 13 de marzo de 2017

Una peripecia histórica para la "Tauromaquia" de Goya

 Castillo de Montigny

Jean Palette-Cazajus

Curiosa noticia en la prensa, este pasado domingo, que nos informa del hallazgo, en un castillo francés, de una primera edición de la Tauromaquia de Goya. El castillo es el de Montigny-le-Gannelon a unos 100 kms al sureste de París, bonito edificio tardorrenacentista que pertenecía desde principios del siglo XVIII a la aristocrática familia de los Montmorency-Laval

Hace unos días hablábamos de la palpitante travesía de la Revolución Francesa efectuada por Madame Tallien, nacida Teresa Cabarrús. Recordábamos que el padre, Francisco Cabarrús, había tenido una brillante trayectoria económica y política durante tres reinados, los de Carlos III, Carlos IV y José Bonaparte. Fallecido en 1810 en Sevilla, siendo ministro de Hacienda del Hermanísimo, había sido sepultado en la capilla de la Concepción de la catedral. Pero en 1814, con el retorno de Fernando VII y la coincidente represión contra los “afrancesados”, parece que sus huesos fueron quemados o -la cosa no está clara- arrojados al Guadalquivir.


 Francisco Cabarrús, por Goya

Pues bien, parece que la trayectoria del dueño del castillo de Montigny, Anne-Adrien-Pierre de Montmorency-Laval, duque de Laval (1768-1837), fue inversa de la del progenitor de quien fuera conocida como “Nuestra Señora de Thermidor”. Huido a Inglaterra al principio de la Revolución, solo regresó a Francia tras la caída de Napoleón y fue nombrado, precisamente en 1814, embajador en Madrid por el recién restaurado rey Luis XVIII. Cargo que ejerció hasta 1823 y aparentemente con un éxito total. Puesto que, no contento con hacerlo caballero del Toisón de Oro, Fernando VII lo ascendió, en 1816, a Grande de España de Primera Clase, creando para él el título de duque de San Fernando Luis

Al ser transmisible la Grandeza de España, a diferencia de lo que pasaba en Francia, a través de las mujeres, el título de duque de San Fernando Luis lo heredó el yerno de nuestro embajador, el duque de Lévis-Mirepoix, otra vieja familia que presumía de que su ancestro había sido nada menos que el segundo franco en convertirse al cristianismo tras el rey Clodoveo. En 1916, Alfonso XIII confirmó a los Lévis-Mirepoix aquella Grandeza de España. Pero la ley republicana francesa prohíbe la creación de nuevos títulos, considerando como tal la adquisición de un título extranjero. La única excepción se hizo con esta Grandeza española de San Fernando Luis cuyo derecho fue confirmado a Antoine de Lévis-Mirepoix (1884-1981) por decreto presidencial, firmado por  el general De Gaulle el 24 de agosto de 1961. Parece que sigue disfrutando del regalo el descendiente actual. 


 Montmorency-Laval, Par de Francia y Grande de España

El 31 de diciembre de 1816, es decir en pleno ejercicio de la embajada de Montmorency-Laval, se podía leer en la Gaceta de Madrid el siguiente anuncio: “Colección de estampas inventadas y grabadas al agua fuerte por D. Francisco Goya, pintor de cámara de S. M., en que se representan diversas suertes de toros, y lances ocurridos con motivo de esas funciones en nuestras plazas, dándose en la serie de las estampas una idea de los principios, progresos y estado actual de dichas fiestas en España, que sin explicación se manifiesta por la sola vista de ellas. Véndese en el almacén de estampas, calle Mayor, frente a la casa del conde de Oñate, a 10 rs. vn. cada una sueltas, y a 300 id. cada juego completo, que se compone de 33." Cabe pensar que el ejemplar de esta primera edición, hallado en el castillo, fuese un regalo del propio monarca al embajador. 

Es curiosa la función didáctica y utilitaria que la redacción del anuncio parece asignarle a la serie de grabados. Por aquellas fechas la economía del genio aragonés no andaba en sus mejores momentos y es muy posible que Goya esperase así llegar a un público más amplio y sacarse un buen dinerillo con los grabados. Podemos imaginar que tenía en la cabeza el recuerdo de la serie de estampas que Antonio Carnicero (1748-1814) dibujó y grabó entre 1787 y 1790 bajo el título de Colección de las principales suertes de una corrida de toros. Aquello fue por lo visto un gran éxito popular y económico, siendo la serie de Carnicero reproducida en numerosas ocasiones tanto en España como en el extranjero.  

 Una estampa de Carnicero

Lo que pasa es que los grabados de Carnicero son insípidos, asépticos, indoloros. Los de Goya irrumpen como Miuras. Cualquiera de ellos nos trasfunde sangre y  brutalidad, truculencia y carnalidad. En ellos palpita la vida y se estremece una época. En los grabados de Goya todo es percepción inmediata de una temporalidad abrumadora. El presente de Goya es nuestro largo ayer ,pero los toros de Goya nos están clavando en la ingle el pitón del orgánico presente y la temeridad estúpida de chulos y chisperos es la de nuestra cotidianidad .

Hace menos de un año, en Abril y Mayo del 2016, algunos se sacaron de la manga malévola una exposición titulada Otras tauromaquias. En el 200 aniversario de la Tauromaquia de Goya. Esta exposición la engendró una entidad autodenominada “Capital Animal”.  La mayor parte de lo expuesto no pasaba de una patética exhibición de estalinismo animalista y de pataleta virtuosa. Algunas obras rozaban el esperpento. La motivación inicial había sido el presunto descubrimiento de que Goya, en el fondo, era antitaurino. En la época de Goya la tauromaquia apenas si sabía que lo iba a ser un día, pero Goya ya era lo que hoy debe ser un aficionado ejemplar. Sabía evidentemente que la corrida de toros es una cosa muy seria y que no puede ser inocente, como no lo suele ser ninguna existencia humana. Entre el salvajismo avinado de las turbas y la perversión fundamental del animalismo, Goya practicaba  una peligrosa lidia, intentaba entender la vida.

Grabado 26, Tauromaquia de Goya