jueves, 30 de marzo de 2017

Guerra civil



Ignacio Ruiz Quintano
Abc

Al borde de la guerra civil, lo que impresiona, según Tocqueville, es el desarrollo del pensamiento y el acento de las palabras, más que su valor.
“Guerra” es una lucha armada entre unidades políticas organizadas, y “guerra civil” es una lucha armada en el seno de una unidad organizada.

Es la lógica schmittiana.

The civil war is here –dice Daniel Greenfield, periodista ajeno a los acordeones del establishment, natural de Israel y vecino de Nueva York, para resumir el espectáculo político americano.

En América, según Greenfield, la izquierda ya no tiene lealtad al sistema; no acepta otras leyes que las suyas; no es leal a la Constitución, sino a su catón, y rechaza la autoridad que no controla: la judicial, si le es adversa; la legislativa, si es de mayoría republicana... Tras perder el Congreso, se consolidó en la Casa Blanca (intentó, con Obama, eliminar los controles al poder ejecutivo); tras perder la Casa Blanca, se refugió en jueces federales y funcionarios no elegidos. Ahora desafía un resultado electoral usando una coalición de burócratas, corporaciones, funcionarios, celebridades y reporteros, construyendo ciudades y estados “santuarios” para jugar a la secesión, aunque no busca separarse, sino gobernar.

Hay dos gobiernos: el legal y un anti-gobierno, traidor, de la izquierda. Si el conflicto progresa, se pedirá a todos los funcionarios lealtad a dos gobiernos en competencia. Y eso es una guerra civil.
La izquierda espera que todos acepten su autoridad ideológica. La derecha espera que se acepte la autoridad constitucional. El conflicto es político y cultural: se lucha dentro del gobierno y en los medios de comunicación, y si ninguna de las partes retrocede, el conflicto, pillado entre dos órdenes contradictorias, irá más allá de las palabras.
Es un conflicto primario entre un sistema totalitario y un sistema democrático: la vieja traición de los años sesenta llega a la mayoría de edad. Ha comenzado una guerra civil.