miércoles, 1 de abril de 2020

Lealtades

Josiah Royce

    
Ignacio Ruiz Quintano
Abc

En el Estado de partidos todo es mentira menos lo malo:

    –Y como la mentira llega siempre la primera, la verdad no encuentra ya sitio –fue la explicación que adelantó Gracián.
    
Iván Redondo, el vendedor de crecepelo que entró calvo a La Moncloa y ahora luce una melena que parece el Cristo de Velázquez cabreado, ha puesto en marcha la consigna de “la Oposición desleal”.
    
Redondo no ha leído ni a Royce, el filósofo de la lealtad (¡colega harvardiano de Santayana!), ni a Unamuno, que define la lealtad como “la voluntad de creer en algo eterno”, como, según la sueña él, la dictadura de Sánchez.

    A Redondo la lealtad le suena del latiguillo inglés “Her Majesty’s Loyal Opposition”, que no sabe de dónde viene, aunque, como prograjo, debería sonarle, pues fue un progre, Walpole, inventor del “government by corruption” (el rey no habla inglés y Walpole le hace el trabajo: corrompe al Parlamento para dar a la mayoría la prerrogativa real de nombrar al primer ministro, y se carga la monarquía constitucional), quien lo inspiró.

    Con ese birlibirloque se tiró dos décadas en el cargo, y la gente acabó por identificarlo con la dinastía. Así surgió la especie propagandística de que oponerse al gobierno era oponerse a la Corona, razón por la cual la Oposición tuvo que aclarar su posición, y colgarse el cartel de “oposición leal” a su Majestad, no al gobierno.

    La deslealtad, pues, que denuncia Sánchez, ese león Rodolfo de Redondo y sus muñecos, es de índole tan torticera como la que Walpole agitó en su corrupción, pero la lealtad que ofrece Casado, perdido con los conceptos, no es la de Bolingbroke, el libertino tory que combatió al corrupto conde de Orford.
    
También está la lealtad jeffersoniana (el secreto de la democracia, según Jefferson), expuesta en el párrafo de la Independencia que dice: “Nos comprometemos mutuamente a sostener esta Declaración con nuestra vida, nuestros bienes y nuestro honor”. Pero ni la vida ni los bienes ni el honor tienen que ver hoy con lo nuestro.