[Fotografías de Beatriz Fernández]
Francisco Javier Gómez Izquierdo
Los que vivimos muy lejos de la familia y aún creemos en la institución, tenemos una inquietud, en mi caso ramificada, con este aislamiento en piso que cada día se parece más al capítulo de sanciones del Reglamento Penitenciario.
Hoy, Domingo de Pascua, día de repique glorioso de campanas en mi pueblo de la Demanda, día de comer cordero en Castilla, y por caer en 12 de abril, día que hace 26 años nació mi chico aquí en Córdoba, no podemos celebrar el preceptivo homenaje ni disfrutar ante un plato de lo que sea con las necesarias cercanías que contribuyen a eso que llaman equilibrio emocional.
Esta invisible y horrible amenaza a la que particularmente no veo final en este 2020 me tiene acobardado, más por lo que les pueda pasar a mi suegro de 88 años en C. Real, donde el bicho se ceba inmisericorde, a mi madre de 90 años y a mis hermanos que no andan sobrados de salud allá en Burgos, y sobre todo, al chico, enfrentado en las urgencias hospitalarias del Virgen del Rocío al camuflado mal, que si me atacara a mí. En lo que toca con el hijo, me consuelo con la idea de que como la mayoría de médicos y sanitarios que tengan la fortuna de que el bicho les roce gozando de buena salud y con sobradas defensas, se inmunice por relación y trato tan continuado.
La preocupación se amplía con familiares que también se inclinaron por las ciencias de la salud y sobre todo por Beatriz, una sobrina fisioterapeuta que asiste acongojada a un desfile de muertos antinatural en la residencia de ancianos de La Mancha en la que ejerce su pericia. Además de desentumecer músculos y recuperar flexibilidades, a mi sobrina se le da bien la fotografía, o al menos así lo cree un servidor, y como tiene ese ojo especial por el que miran los artistas, hace unos días, con el corazón encogido mandó por el guasa ése una imagen de mal agüero que captó hace tiempo nada menos que en California, con dos córvidos que diría Félix Rodríguez de la Fuente, pues uno no sabe si grajo, corneja o cuervo, asomados a un puente que no por blanquecino, parece menos tétrico. Puede que nos estemos volviendo demasiado sentimentales, pero nunca un Domingo de Pascua había echado en falta a tanta gente. ¿Qué será de todos nosotros por Navidad?