lunes, 20 de abril de 2020

Dostoyevski y el 78. Una distopía para liberalios




LA LIBERTAD


Ignacio Ruiz Quintano
 10 de Abril de2020

    Tácito tuvo delante la Crucifixión, pero se le escapó. Igual que a nuestros novelistas se les ha escapado la enseñanza moral de la libertad que D. H. Lawrence supo extraer de la parábola del Gran Inquisidor de Dostoyevski, resumida por John Gray: es insólito que un pueblo valore su libertad por encima de la comodidad derivada del servilismo. Y saca el guiño de De Maistre a la “juanjacobada” de Rousseau según la cual todos los hombres nacen libres, pero en todas partes están encadenados: creer, porque algunas pocas personas buscan en algún momento la libertad, que todos los seres humanos la quieren, es como pensar que, puesto que hay peces voladores, volar forma parte de la naturaleza de los peces. O de los españoles.

   El Gran Inquisidor le dice a Jesús que la humanidad es demasiado débil para soportar el don de la libertad. No busca libertad, sino pan, pero no el pan divino, sino el terrenal.
    
De los “Demonios” de Dostoyevski conviene recordar que “en los tiempos de transición nunca falta esa gentecilla, esa canalla que existe en toda sociedad… Esa canalla, sin saberlo, casi siempre cae bajo el mando de esa caterva de progresistas que operan con un fin determinado, y esa pandilla dirige toda esa basura por donde quiere, a no ser que se componga de idiotas rematados, lo que también ocurre… De qué a qué va la transición no lo sé, y sin embargo los hombres más despreciables se encimaron de pronto, empezaron a criticar en voz alta todo lo sagrado, cuando antes no se atrevían a abrir la boca, y la gente más principal, que hasta allí tan felizmente había ocupado los puestos de arriba, los escuchaba de pronto en silencio y algunos hasta les reían las gracias”

    –En los tribunales se pronuncian sentencias salomónicas, y si los jurados se dejan untar… Los siervos gozan de libertad y se azotan unos a otros, en vez de que los azoten sus señores como antes… Años de reformas. Y, sin embargo, Rusia nunca llegó, ni aún en las más grotescas épocas de su estúpida historia