Mítica Casa-taberna El Pisto en San Miguel. Ya cerrada
Francisco Javier Gómez Izquierdo
Andar dos horas todos los días y visitar de vez en cuando a la familia. Madre y hermanos en Burgos, el hijo en Sevilla y la parentela de mi doña en C. Real. Eso es lo que pedí hace un año cuando me jubilé creyendo casi innecesario señalar tan modestas pretensiones por ser lo que venía haciendo desde siempre. Ir a Burgos, Sevilla y C. Real no sólo es por gusto, que también, sino por considerar de obligado cumplimiento dedicar las atenciones debidas a los de uno. Entre mis deseos futuros entraba también Cádiz, que, ésta sí, es inclinación sólo achacable a devoción o vicio como quieran ustedes entender debilidad tan comprensible, pero ¿quién me iba a decir que propósitos tan sencillos me iban a ser imposibles en menos de un año? “Vas a tener tiempo para todo”, me decían aquel abril y mayo de brindis por cualquier disculpa.
Aquí estamos. Presos con tele y libros y con unas ordenanzas gubernamentales para el inmediato porvenir de los primeros permisos y la progresión al tercer grado redactadas con mucho desconocimiento del comportamiento y hábitos de los ciudadanos normales. Personalmente no entiendo la férrea prohibición hasta ahora del caminar y correr en solitario, pero soy persona de acatar la ley por mucho que me incomode -¡no como otros!- y he sido riguroso en el cumplimiento de una norma fácil de entender por escueta y tajante. Lo que no veo tan fácil de respetar o mejor de interpretar es la próxima normativa de los bares. Me parece que el redactor o no va a los bares o sólo conoce los del centro de las ciudades donde la mayoría de los clientes va de paso y toma un café o una cerveza con un pincho y marchan “escopetaos” a sus asuntos. Los bares de barrio en Andalucía no son como en Castilla donde las cuadrillas chiquitean -mejor chiquiteaban- de bar en bar y cada vino no llegaba al cuarto de hora de estancia en el establecimiento. En Andalucía se va a un bar y como los escritores de hace dos siglos se forman tertulias en un santiamén entre los clientes habituales que por habituales se sienten cofradía.
Un servidor es de bar. De tomar café y tostada donde lo ponen bien. Pocos sitios en Córdoba como en lo de Antonio, que es donde voy todas las mañanas, me pilla cerca y pone a nuestra disposición toda la prensa del día. Antonio abre a las cinco de la mañana y su amplia terraza se llena de sociedades que se han formado en sus mesas: los Pacos, los de enfrente, las chicas de oro, los “fontas”, los de Sadeco... Lleno en las mañanas en un continuo fluir, lleno al mediodía a la hora del medio por su generosidad en unas tapas que atraen cordobeses, tal que el día de las manitas, de la otra punta de Levante... y abarrotado los fines de semana porque se come en condiciones y a muy buen precio.
Antonio pone trabajo a destajo y necesita muchos pocos para que le sea rentable tanto esfuerzo y dedicación. Libra sólo 15 días en agosto. Como Antonio hay muchos bares-restaurantes en España. No están en el centro de la ciudad. Están en los barrios. Donde vive y da para vivir la gente. ¿Cómo dice Antonio ahora que te tomes rápido el cortado o el tubo o que no puede poner más mesas cuando está acostumbrado a ponerlas en rincones imposibles después de tener la terraza abarrotada? ¿Tendremos que hacer cola para tomar un café o una cerveza? ¿Quién medirá el tiempo de estancia? ¿El camarero o el que espera sentarse? ¿Qué broncas no habrá? ¿Si primero el 30 y luego el 50% de aforo cómo entender los ERTES sin despidos? ¿Y van a entender los municipales qué cosa es el 30% en el bar de Antonio si ni siquiera Antonio sabe calcularlo? ¿Y qué decir de las tabernas con sus cuartos recogidos de tanta tradición en Andalucía? Para regular la apertura de éstas se necesitará un cum laude.
Total, que en Córdoba estoy lejos de todos los sitios, y de todo lo que uno esperaba disfrutar tranquilamente en su jubilación está prohibido o racionado, que es casi peor.