lunes, 30 de octubre de 2017

"¡Valones fuera!"



Ignacio Ruiz Quintano
Abc

El lector de ABC tiene cierta familiaridad con Weimar, famosa por su Constitución republicana, que tan pocas cosas buenas trajo.

A Weimar le ha tocado en desgracia, que no en suerte, el sambenito de la famosa Constitución–escribió nuestro Ruano en Weimar, precisamente.
Culturalmente, sin embargo, Weimar fue una cumbre mundial. ¡La cumbre de Weimar! Arte, ciencia, filosofía. De la Bauhaus de Gropius a la relatividad de Einstein y el principio de incertidumbre de Heisemberg, pasando por la Trascendencia de Jaspers, la fenomenología de Husserl y, por supuesto, el claro del bosque de Heidegger. En una palabra: la República de Weimar.
Frente a eso, álzase al fin, como un gatillazo en forma de barretina, la Republiqueta de Pep, el Bolívar de Sampedor, que tiene por arte el tiquitaca, por ciencia la pocha de Piqué y por filosofía los comunicados independentistas del Barça, que, en contra de la lógica, aún no ha sido expulsado de la competición española por el Estado marianista, que en Cataluña tiene fama de ferino.
Ahora que ya la hemos visto, lo más parecido a la Republiqueta de Pep, que tanta publicidad le ha dado a él y tanto tabarrón a nosotros, es la boda por lo civil de un chófer que era vocal del Sindicato de Metalúrgicos y Similares en Andalucía contada por Pemán.
Al Juzgado de San Pedro –dijo al cochero.

“Casarse por lo civil” era para él una prolongación de “tomar la esquina, a gran velocidad”.

¡Cosas de hombre!

¿Son ustedes los que vienen a “eso”?

En el patio, algunas vecinas de la novia. “Adiós, Rosario… ¿Qué? ¿A casarte?” “Sí. ¿Y tú?” “Yo, a un juicio de faltas por haber vaciado por el balcón una palangana.”

Al juez le resultaba corta la ceremonia y, para acabar decorosamente, quiso decir algo en latín. Revolvió sus recuerdos escolares, y al fin dijo intrépidamente: “Res nullius primi capientis sunt”. Ella se santiguó. El juez se marchó por una puertecita. La vecina de la palangana estaba en el patio. Ella iba absuelta y Rosario casada. Cuando la novia estuvo a solas con el novio en la berlina, consumió, sencilla y quedamente a su oído, el mejor turno de oposición que se ha consumido, ni en el Parlamento ni fuera de él, contra la tristeza oficial del laicismo:

Manué… ¿Y esto es tó?

¿Esto era todo, Pep? ¿Tanta lata por unos rufianes que se esconden para votar una Republiqueta?

¿No te apena hoy ser paisano de Isidre Lluçà, “el timbaler del Bruc”?

Isidre con su tambor hizo creer a los franceses, por el eco de Montserrat, que los soldados españoles eran el doble, exactamente igual que Pep con su sonajero hace creer a los ingleses, por el eco de Mediapro, que los “indepes” catalanes son el doble.

A Jean Palette le llama la atención la maestría de los catalanes “pep-eros” para seguir vendiendo “la estampita piadosa de una lengua vernácula acosada y preagónica cuando bien parece que las tornas se han invertido”, y cree que sus modelos son los flamencos, que en el 68 expulsaron a los francófonos de la Universidad de Lovaina (por cierto, que allí andaba de oyente Felipe Gonález, “Isidoro” para el Régimen y “El Moro” para los amigos) al grito de “¡Walen buiten! ¡Walen buiten!”, (¡Valones fuera! ¡Valones fuera!), como unos Bilardos cualesquiera.

Curiosamente, el estilo Pep, el de la Republiqueta cutre, contó siempre en España con la admiración del liberalismo de “Embassy” en el que podemos incluir al marqués de Del Bosque, defensor del derecho de autodeterminación catalana, y cuyo nombre encabezaba las encuestas para presidir una tercera república española.




PRIVILEGIO DE NEYMAR

La polémica contra el privilegio es uno de los rasgos característico del liberalismo: excomulga al “privilegio” por devoción al “derecho”; pero no siendo los privilegios más que aspectos particulares del derecho, no caerán antes que el derecho mismo. Así lo ve Max Stirner, el tipo al que Ortega plagió el yo en su circunstancia, es decir, Neymar, que sería el yo, y Unai Émery, que sería la circunstancia: según “Le Parisien”, es privilegio contractual de Neymar… “no recibir entradas fuertes en los entrenamientos”, circunstancia que explicaría la tendencia a la farsa del yo en el fútbol contemporáneo, de imposible comparación con ninguna otra.